El tejado de una casa emerge del piso del escenario. A duras penas, dos militares –uno occidental y el otro, árabe– llegan “nadando” hasta allí. Entendemos, entonces, que el inmueble y su entorno están sumergidos. De esa manera, a partir de un pacto ficcional, el piso es ahora una superficie acuosa, el tejado, una isla diminuta y los personajes, náufragos.
Los hombres son machos bélicos de sus respectivas culturas y, por consecuencia, enemigos a muerte. Combaten a fin de controlar el mínimo territorio que habitan. Se someten por turnos. Descansan a medias. No se quitan el ojo de encima. En algún punto, ambos reconocen la inutilidad de las peleas y, luego de una tensa tregua, empiezan a cooperar.
El dispositivo escénico plantea un reto para el elenco. La inclinación de los bajantes del tejado mantiene a los actores en estado de equilibrio precario y al público en tensión. Mientras tanto, la isla se reconfigura cuando los personajes ingresan, por un tragaluz, al interior de la casa para recuperar pertenencias de los ocupantes previos.
El encuentro de estos objetos con la imaginación lúdica de los personajes, hace que la isla adquiera tintes de paraíso tropical o se transforme en una cancha de tenis de mesa. Cada pieza de utilería es una oportunidad de juego y, a la vez, potencia nuevas relaciones de colaboración que relajan el conflicto inicial.
En este nuevo orden, la barrera del lenguaje cae. La gestualidad permite, a los nuevos camaradas, comunicarse y volver tolerable la difícil situación. Los sentimientos fluyen y se comparten. La solidaridad aflora y reivindica esos ámbitos de la condición humana que están más allá del idioma, la nacionalidad o el credo.
La banda sonora es un pilar de la puesta. Su presencia es permanente y, entre muchas funciones, nos recuerda que alrededor de los hombres lo único que existe es agua. También, materializa la cercanía de aves o peces y genera texturas acústicas para subrayar la amplia gama de emociones de los personajes.
Finalmente, tiñe de humor o dramatismo los variados sucesos de la trama. El problema del diseño sonoro es que, al estar siempre presente, pierde su capacidad de sorpresa y tiende a la monotonía. Además, el alto volumen de algunos segmentos no coincidió con el tono de los pasajes más íntimos y emotivos.
Después de varios días de compañía forzada, los antiguos enemigos escudriñan el horizonte. Traman su plan definitivo. En el medio, mucho ha sucedido para que ahora se puedan mirar de forma distinta. Un abrazo sella lo vivido y le abre margen a la esperanza. En este punto, los espectadores aplaudimos el trabajo de Alberto Alpízar y Wilson Ulate. Por un rato, nos hicieron reír y creer en un mundo mejor.
Aunque lo parezca, Robinson & Crusoe no es un título obvio. Al escindir en dos el nombre del famoso náufrago, la obra nos propone superar la idea del individuo que todo lo puede. De ese modo, aboga por la solidaridad y la cooperación como estrategias para preservar la especie. El mensaje queda flotando en las aguas anegadas de estos tiempos para quien desee rescatarlo.
Ficha técnica
Dirección: Tatiana Chaves.
Libreto: Nino D'Introna, Giacomo Ravicchio.
Producción: La Troka Teatro, Grupo Los de a Pie.
Elenco: Alberto Alpízar, Wilson Ulate.
Escenografía: Ker Chavarría.
Iluminación: Alejandro Araya.
Música y diseño sonoro: Jerome Baur.
Gráfica: Esteban Moscoso.
Espacio: Teatro La Fortina.
Fecha: 1.° de mayo del 2016.