El universo de La noche árabe funciona como un engranaje. Cinco protagonistas transitan por el escenario del Teatro de la Aduana como si las rutas que lo atraviesan fueran órbitas, en lugar de un trayecto minuciosamente diseñado por el director Gustavo Monge y el equipo productor de la Compañía Nacional de Teatro.
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La obra ganadora del XII Concurso Público de Puesta en Escena no diferencia entre las conversaciones, las acciones, los pensamientos ni los recuerdos.
En una propuesta no tradicional, llena de imágenes fragmentadas, los personajes luchan contra sus problemas: la soledad, el olvido, las infidelidades.
El murmullo de sus voces recorre, una y otra vez, las distintas esquinas, los peldaños y habitaciones que encierra el edificio sin paredes creado por Mariela Richmond y que complementa la proyección audiovisual del laboratorio mexicano Medusa Lab –del cual Monge forma parte–.
Este viernes 14 de octubre, el Teatro de la Aduana acogerá el estreno de un proceso de varios años de minuciosas revisiones al texto original. El estreno será a las 8 p. m. y significará también un reto de lectura para el público que asista a las funciones de la obra hasta el 27 de noviembre.
“En el país no hay tradición de narraturgia”, comenta el director sobre el estilo dramático con la cual el alemán Roland Schimmelpfennig acuñó la historia.
“A pesar de que es un movimiento que ha abordado los escenarios de las principales capitales teatrales del mundo, en Costa Rica no ha sido explorado. Más allá de hacer alarde de una innovación significa una complejidad porque no hay elenco preparado para la narración escénica y no tenemos público acostumbrado a la experiencia”, detalla el director sobre el proceso de montaje.
Sincronía de voces. En el corazón del rompecabezas de historias que compone a La noche árabe se alza el apartamento 723, un espacio que comparten Fátima ( Rebeca Alemán ) y Francisca (Andrea Gómez) pero dentro del cual rara vez conviven.
Fátima pasa el tiempo preocupada por lo tangible: las compras del supermercado, el calor casi hipnótico que empapa con sudor a los inquilinos del edificio y la llegada de un amante furtivo que la visita todas las noches.
Francisca vive sumida en una rutina de ensueño dentro de la cual trabaja durante el día para después llegar a a remojarse en la bañera hasta quedarse dormida.
Desnuda y vulnerable a todo lo que ocurre a su alrededor, la mujer se convierte en la fascinación del resto de protagonistas.
La bañera la visitan, uno por uno, López (Óscar Chacón), un conserje absorto en solucionar una avería en las tuberías de agua del edificio; Kyle ( Fernando Bolaños ), el enamorado de Fátima y quien toma la colosal tarea de llegar hasta los brazos de ella; y Patricia Carmona (Ana Ulate), una vecina que es cautivada por la belleza de Francisca dormida.
“Esto va a requerir habilidades de atención distintas. Estamos hablando de cinco historias que ocurren al mismo tiempo, de manera paralela y, además, hay una puesta en escena que visualiza las actividades individuales de cada personaje. Van a ocurrir cinco mundos concretos”, detalla Monge sobre su propuesta.
Por su parte, el edificio averiado funciona como un contenedor traslúcido para todas esas voces, unas veces impulsando el contraste y, otras, permitiendo la sincronía de los personajes.
Por ejemplo, el ascensor descompuesto atrapa a Fátima y a Kyle en extremos opuestos del edificio. Las tuberías dañadas funcionan para conducir a López hacia sus pensamientos más íntimos; el agua –que llega bien hasta el sétimo piso– permite que Francisca acceda a un monólogo de recuerdos lleno de referencias a la cultura árabe.
“Hemos buscado diferentes maneras de enfrentar cada texto. Una misma frase tiene diferentes modalidades: por un lado, podría ser algo que te estás diciendo a vos mismo o algo que le estás diciendo a alguien; a veces se parece a un proceso mental”, explica Bolaños sobre el ritmo con el que se acoplan las distintas interpretaciones en un mismo momento . “Es delicado, hay que medir bien cada texto”.
“Si lo desmenuzamos de forma simple, los personajes pasan por muchos momentos. Pasan por el recuerdo, el sueño, la fantasía, la cotidianidad, el diálogo amoroso, la locura, el humor negro, el ridículo... Es mucha cosa sucediendo”, sostiene Gómez sobre las viñetas sincronizadas que hila el montaje en un único escenario.
Dos bailarines colaboran a los viajes de los cinco protagonistas, Sebastián Méndez y Lina Valverde. Sin un papel único en el escenario, ambos se transforman progresivamente en apoyos y adversarios del resto de actores: inquilinos sin nombre, ladrones de motocicletas, mujeres desesperadas por obstaculizar el camino de Kyle hacia Fátima.
“Tenemos la responsabilidad de abrir el ojo del espectador de vez en cuando y tener momentos para que la mirada se pueda ir hacia otro lugar”, explica Méndez.
Efectivamente, el movimiento simultáneo obliga a la mirada del espectador a observar al escenario como una imagen conjunta en lugar de pequeños espacios.
Las velocidades de cada acción varían: mientras en una esquina dos personajes se mueven de forma agresiva y erótica, en otro lugar del escenario, otra pareja avanza lentamente hacia un beso lento y romántico.
Rompecabezas. La noche árabe funciona como un engranaje mientras todas sus partes funcionen fluidamente: el escenario, las proyecciones audiovisuales y la actuación.
No obstante, resolver el rompecabezas de la puesta de escena actual le tomó a Monge tres planteamientos distintos. Los dos primeros fueron rechazados por otras ediciones del Concurso Público de Puesta en Escena.
Durante ese tiempo, Monge ha madurado sus habilidades con trabajos dentro y fuera del país.
“Para el 2014 dije ‘Esta obra está maldita, mejor presento otra’ y gané con Desaire de elevadores ”, se ríe Monge. “En el 2016 dije: ‘Tengo el proyecto, lo he planteado dos veces ya. La tercera es la vencida”.
La dramaturgia de Roland Schimmelpfennig no describe con precisión los detalles. En su lugar, presenta a las intervenciones como un flujo de líneas que, además de hablar, describen el ambiente (precisamente, a lo que se le llama narraturgia).
“Es un texto difícil de aprender porque el hilo narrativo nunca tiene consecuencia. La historia como un todo tiene sentido”, estima Monge. “Ha sido un reto metodológico más que estético”.
Monge ha llenado los vacíos deliberados de Schimmelpfennig con la creación de todo su equipo. Especialmente, el acompañamiento de sus asistentes de dirección (LadyNats Montero, Sally Molina y Melody Fontana).
“Hemos tenido muy claro el principio de equipo, cada uno depende del otro. Los procesos creativos con actores, actrices y todos los departamentos, nos íbamos comunicando a través de juegos”, asegura la actriz Rebeca Alemán sobre la construcción.
Finalmente, el reto que mantuvo durante años la atención de su director finalmente podrá lucirse durante todo noviembre en el Teatro de la Aduana.
“Este texto es una carta abierta y el reto que implica dirigirlo por el ritmo que tiene y la cualidad del manejo técnico de la simultaneidad es un reto de dirección”, afirma Monge. “Como se trata de un concurso mi idea es que sea un ejercicio fuerte de dirección ”.