Es uno de los actores británicos más emblemáticos... el asunto es dirimir emblemático en qué. Por supuesto que su carrera cinematográfica –por más críticas que despierte su supuesto declive en los últimos años– lo tiene en la cumbre de la crema y nata del sétimo arte desde que se subió al estrellato con Cuatro bodas y un funeral , en 1994.
Sin embargo, apenas un año después, justo cuando el atractivo Hugh Grant arribaba a sus lozanos 35 años, el planeta se dio un festín con un cuento inaudito que, es un hecho, marcó su vida para siempre. Hoy, a punto de cumplir 55 años (el próximo 9 de setiembre), las biografías que se publican con motivo de tan digna efeméride, invariablemente vuelven sobre aquel escándalo que estuvo a punto de traerse al traste la carrera del guapísimo actor.
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Se hallaba en las puertas de la cúspide con tremenda pinta de galán, simpatía, aceptación total entre el público femenino y una prometedora carrera con la ya mencionada Cuatro bodas y un funeral y la laureada Sensatez y sentimientos (1995). Además, mantenía una relación estable desde 1987 con Elizabeth Hurley, también actriz, coterránea suya y una de las top model más hermosas del mundo. Todo era perfecto en el planeta Grant.
Sin embargo, un episodio de lujuria (ni él mismo pudo explicarlo nunca de otra forma) lo llevó a protagonizar uno de los peores escándalos de Hollywood durante la década de los 90. Una noche de junio de 1995 salió a dar un paseo en su auto BMW por la avenida Boulevard Sunset en Los Ángeles, California. En determinado momento invitó a subir al carro a una prostituta afroamericana conocida como Divine Brown, a quien le pagó $70 para que le proporcionara sexo oral.
La policía los atrapó in fraganti y a partir de ahí el actor se sumergió en la vergüenza ante el mundo y, peor aún, ante su prometida, Elizabeth Hurley, quien a su vez sufrió una humillación gigantesca.
Nadie comprendía cómo Grant pudo buscar sexo pagado con una desconocida (quien además dejaba bastante que desear) teniendo a su lado a una mujer tan increíblemente bella.
De momento, la carrera de Hugh se fue a pique; perdió varios papeles importantes y, finalmente, no tuvo más opción que aliarse con sus “enemigos habituales” y acudió al programa The Tonight Show , donde se mostró visiblemente arrepentido.
El tiempo todo lo cura o lo aplaca y, por fin, el público lo perdonó, así como lo había hecho su novia. Poco a poco volvió a ganar puntos y los productores le dieron otra oportunidad. La apuesta fue acertada, ya que el británico volvió a protagonizar taquilleras películas como Notting Hill y Mickey Blue Eyes (1999), El diario de Bridget Jones 1 y 2 (2001 y 2004, respectivamente), Letra y música (2007), entre otras.
En los años que siguieron sus papeles memorables se fueron espaciando y conforme se acercaba a los 50, tomó una que otra mala decisión respecto a sus roles. Por ejemplo, fue muy criticada la película Y dónde están los Morgan (2009, con Sarah Jessica Parker), calificada como un bodrio romántico que para muchos, marcaba un peligroso declive de Grant y el gran riesgo de que se involucrara, en lo sucesivo, en comedias románticas de poca monta.
El actor optó más bien por bajar el perfil y tratar de elegir mejor sus protagónicos, solo que en el ínterin siguió siendo noticia pero ya no por su trabajo, sino –una vez más– por su vida personal. Y es que Grant, quien siempre había defendido su decisión de no formar una familia –lo cual involucraba no tener hijos– en cuestión de 15 meses se convirtió en padre tres veces. No, no cierran las matemáticas, justamente porque se trató de dos madres diferentes y dos de los embarazos se traslaparon uno con el otro.
Aunque estaban solteros todos, el tema por supuesto volvió a ocupar los titulares en tiempos de la hipercomunicación. Es decir, Grant se volvió de nuevo comidilla mundial por cuenta de su vida personal.
Sin embargo, el balance a hoy parece ser positivo para el actor, a pesar del qué dirán. Hoy por hoy, cada vez que concede una entrevista en lugar de enojarse por las preguntas sobre su abrupta y voluminosa paternidad, insiste en recomendar que tengan hijos. “No saben lo que se pierden, quienes no son padre ¡séanlo ya!”.
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Ese “yo no sé qué”.
Grant nació el 9 de setiembre de 1960, hijo de un vendedor de alfombras y de una profesora de piano. De acuerdo con su biografía oficial, durante su infancia asistió al colegio público en Hammersmith (Londres), donde destacó por sus trabajos de actor en las funciones escolares de teatro. Cursó estudios en la Universidad de Oxford, donde participó en sus primeros montajes teatrales. Una vez graduado, dio inicio a su carrera como actor dramático, por cierto, con el (impensable) nombre de Hughie Grant. Por suerte, solo lo usó en su primera película. Su debut en el cine fue con Privileged , pero en 1987 fue Maurice la que le confirió su primer premio a mejor actor en el Festival de Venecia.
El gesto de ingenuidad o perplejidad, aunado a sus profundos ojos azules y su encantador acento, pronto lo colocaron entre las celebridades más atractivas del mundo.
De vuelta al principio, a su harto comentada vida personal, Grant ha vuelto a estar en los tabloides.
Recientemente, asistió a la final del torneo de tenis de Wimbledon con la sueca Anna Eberstein, la madre de uno de sus tres hijos, nacido tres meses antes que el segundo que tuvo con la china Tinglan Hong. Hablamos de ese periodo de 15 meses –de setiembre del 2011 a diciembre del 2012– en que el actor tuvo tres hijos; dos con Tinglan y uno con Anna, y mantuvo su hogar de Fulham, sur de Londres, mientras instaló a la china en una vivienda cercana y visitaba a Anna en la casa de esta de un barrio cercano.
Tres hijos, dos mujeres ¿un camino? ¿Casarse?
Con su última película en apogeo, Operación U.N.C.L.E y el rodaje de Florence Foster Jenkins , la prensa extranjera especula que quizá en medio de la promoción de una o de otra, Grant hará su movida y contará con cual de las madres de sus hijos se casará. Sería, a no dudarlo, un derechazo idóneo para promocionar sus películas. Sin embargo, esto es poco probable.
Hugh Grant parece haber decidido hace muchos años que está por encima del bien y el mal. Así lo demuestra en cada entrevista, donde suele desconcertar a quien tenga al otro lado del micrófono con esa mirada profunda e inquisidora, y este gesto de ingenuidad con el que contesta de manera que nunca se sabe si está bromeando o si está enojado. Más bien, quizá, lo suyo es ser sutilmente irónico, pues odia a la prensa y las entrevistas y esto sí que lo ha dicho decenas de veces sin ningún rodeo. Bien sabrá él por qué.