A todo chancho gordo le llega su Navidad. A este se le adelantó varios meses. Mientras estrechaba la mano del Santo Padre Francisco, en el Vaticano, por otro lado le llegó el batacazo: lo echaron de Fox News.
La cadena había protegido por todos los flancos a su estrella Bill O’Reilly. Repartió $13 millones a cinco mujeres, en el 2002, para evitar las denuncias por conducta abusiva; calló a otras y manejó su red de influencias para mantener a flote a su alfil de las noticias.
¿Quién se creyó O’Reilly para meterse en esos enredos?, menos en estos tiempos de competencia despiadada. Que BMW, Mercedes Benz, Hyundai y más de 50 anunciantes cancelaran su pauta comercial en ese programa rebalsó la paciencia de Rupert Murdoch y sus hijos, Lachlan y James, dueños de 21st Century Fox.
Tras una investigación de The New York Times , sobre los pagos millonarios para silenciar denuncias y analizar las acusaciones, Murdoch decidió sacar a la calle el trasero de O’Reilly, el 19 de abril de este año, antes de que ese cáncer hiciera metástasis en toda la red de medios de comunicación.
En setiembre del año pasado las andanzas de otro maniático, Roger Ailes, le costaron a Fox News $20 millones como indemnización a Gretchen Carlson, una presentadora que, en el 2016, acusó a Roger de haberla despedido por rechazar sus pretensiones sexuales.
Debe quedar claro que O’Reilly es un profesional de altos quilates, con una formación académica de primer nivel, graduado de los centros educativos de más prestigio y consciente de todos sus actos, que se portó como un patán y fraguó su propia ordalía.
Este neoyorquino, que enamoró a la audiencia con su sonrisa fácil, temperamento explosivo y aire fanfarrón; era un gatillero de la lengua, que callaba con sus ráfagas verbales a quienes pensaban distinto y designaba –con índice acusador– a los que iban al patíbulo.
Durante 20 años dominó el mundo de las noticias, junto a su maestro Ailes. Incursionó en la redacción de libros, no en la literatura, con obras como: Matar a Jesús , Matar a Lincoln y Matar a Reagan , lecturas de ficción sobre esos crímenes y sus implicaciones históricas. Dicen que vendió más de un millón de ejemplares de cada uno.
Los admiradores de Bill le rendían pleitesía porque era una espada contra los infieles liberales; él se definía como un “tradicional”, dispuesto a defender los valores con que fue criado. En verdad lo logró: ¡Por la boca muere el pez!
El depredador
Los padres de Bill, William y Angela, lo educaron con esmero. Vino al mundo en Nueva York, el 10 de setiembre de 1949, pero se crió en Long Island. Estudió en un buen colegio religioso para varoncitos, destacó en béisbol y fútbol americano –no en balde mide 1,93 metros–, se graduó con honores en historia y obtuvo una Maestría en Administración Pública en la prestigiosa Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard.
Antes de iniciar su exitosa carrera mediática tuvo un trabajo temporal como salvavidas; fracasó en su intento por jugar con los Mets, así que mejor fue a batear como periodista.
En ese oficio mostró cualidades inusuales para la intriga, la provocación, el escándalo, imponer sus creencias y abusar de su creciente poder, sobre todo con las mujeres.
Comenzó a garabatear artículos en el periódico colegial; logró un empleo de reportero y presentador en una cadena de noticias televisivas en Pennsylvania. Ganó varios premios y desde ahí escaló posiciones hasta llegar a The O’Reilly Factor, un programa de Fox News Channel, que inició la tendencia de espacios nocturnos orientados a generar opinión pública.
Aunque se presentaba como un periodista independiente, en realidad era un republicano encubierto, que partía lanzas contra todos los que se oponían a su especial visión de cómo debía de ser el mundo.
Eso le granjeó decenas de enemigos gratuitos; varias organizaciones de control periodístico lo acusaron de “acomodar” los hechos, usar estadísticas falsas e inducir al error al público.
Los devaneos sexuales de O’Reilly comenzaron a ser públicos en octubre del 2004, cuando demandó a la productora del programa –Andrea Macrkis– por extorsión. Según él Macrkis le exigió $60 millones o lo denunciaría por acoso sexual y llamadas explícitas de contenido erótico.
Así como el gato, que tiene en sus garras al pequeño ratón, grita que lo están matando, el pobre Bill argumentó que Andrea era la punta de lanza de una conspiración política y económica en su contra.
El asunto acabó igual que la mitad de las denuncias de este tipo en Estados Unidos: ¡Nada!; ya sea porque la víctima evita la vergüenza pública, el miedo, el despido o peor aún: llega a un arreglo extrajudicial. Eso es poca sanción para el depredador sexual que más bien recibe un espaldarazo.
Envalentonado, el alegre Bill siguió de cacería, hasta que le sonaron la corneta, pero no por acosador, sino por que se volvió un pésimo negocio y sus correrías “entrepierniles” comenzaron a generar perdidas a la corporación. Este 2017, unos 50 anunciantes retiraron su pauta comercial del programa.
Marchas frente a la sede del Canal Fox y pagos millonarios para evitar demandas; al final se le juntó el ganado y acabó en la calle con $25 millones de indemnización, una palmadita en la espalda y una cachetadita cómplice por bribón y pícaro.
Al fin papá oso volvió al zoológico.