Los hombres la miraban y hacían ¡ping!, pero no precisamente en el cerebro. Aquella rubia oxigenada entró a saco en Hollywood y a punta de redobles de caderas hizo que los espectadores pegaran la quijada al piso.
Desde niña soñó con brillar en las marquesinas y –aunque debutó a los 18 años– ascendió y cayó con la velocidad de una estrella fugaz. Entre 1937 y 1938 filmó 24 de sus 66 películas; su vertiginosa vida y carrera artística solo duró 10 años.
Una sobredosis de seconal la durmió para siempre a los 29 años, el 4 de julio de 1948, sin que aún hoy se conozca la verdadera razón de su muerte.
Quienes conocieron a Carole Landis, risueña y vital, apenas creyeron que se suicidó porque la despreció Rex Harrison, un reconocido actor y mujeriego sin tregua. Algunos alegan que Harrison la mató por necia y para evitar un escándalo de faldas que estropearía su imagen de caballero del cine.
Para los efectos prácticos Carole se mató por amor, una explicación un poco jalada del pelo porque la actriz ya había desechado cinco maridos, estaba a punto de echarse el sexto al canasto y tenía fama de cintura alegre.
La vida de Landis fue un camino de piedras desde que nació en Fairchild, Wisconsin, en el hogar de Clara Stentek y Alfred Ridste, un operario de trenes que abandonó a la familia antes del nacimiento de Carole, el 1 de enero de 1919. Era tan bella la recién nacida que ahí mismo la apodaron “Baby doll”, si bien la bautizaron Frances Lillian María.
Los cuchicheos del barrio aseguraban que el verdadero padre de la futura actriz fue Charles Fenner, un amigo de la madre que al final terminó casándose con ella, tras la fuga de Alfred.
Al abandono paterno se sumó la desgraciada muerte de sus dos hermanos: Jerome, a causa de las quemaduras sufridas en un incendio, y Lewis, debido al disparo accidental de un amigo. Sobrevivieron Dorothy y Lawrence.
Con tal de afanarse el pan diario la familia emigró a California y Clara trabajó como empleada doméstica y cocinera; mientras tanto los niños mayores cuidaban a los más pequeños.
La pobreza, el hambre y el abuso sexual por parte de un familiar gravitaron sobre Carole, que a los nueve años parecía más vieja y soñaba con las candilejas. Por eso tachonó las paredes de su cuartucho con recortes de revistas de sus ídolos: Mary Astor y Clark Gable.
Con 12 años participó en varios concursos de belleza; en uno quedó de cuarta y ganó un par de medias de seda y en otro, de segunda, y obtuvo un horno eléctrico.
Por ese tiempo asistió a la escuela Jefferson y al colegio, donde tenía fama de “chica loca” por sus ocurrencias. Era una joven atlética que se “sentía mucho más vieja que los otros niños de mi edad”, confesó Carole.
En la secundaria jugó beisbol y trató de armar un equipo de futbol, pero el director consideró que ese deporte era demasiado violento y “poco femenino”.
Por esos estímulos abandonó los estudios a los 15 años y se escapó a Yuma –Arizona– para casarse con un noviecillo de 19 años, Irving Wheeler. Tres semanas después la madre anuló el compromiso y regresó a casa con ella. Volvió a clases y para ayudar a Clara consiguió empleos ocasionales en una hamburguesería, en un almacén, camarera y acomodadora en un cine.
Harta de llevar la existencia de un hámster mandó todo al demonio, ahorró cien dólares, pagó un tiquete de bus de $17 a Los Ángeles y con el sobrante intentó labrarse un destino en Hollywood.
Lo primero que hizo fue cambiar de nombre. Modificó el de su actriz favorita, Carole Lombard, y lo ajustó a Carole Landis; se tiñó el pelo de rubio y consiguió empleo de bailarina de hula-hula en un cabaret. Las serpientes periodísticas afirmaron que para redondearse el salario la “pulseó” en las calles.
Ahorró $150 y se cambió de casa al Bronson Avenue, un sitio de moda donde podía aspirar a mejores oportunidades laborales. Simpática, jovial, de buen ver y palpar, pronto consiguió contratos para anunciar quesos y aceites de carro.
Las pirañas del mercadeo la apodaron “Ping Girl” porque ponía su auto a ronronear, o “Chest Girl”, por sus pechos. Los motes eróticos eran comunes: Clara Bow, era “It Girl” y Ann Sheridan, “Oomph Girl”.
Mi chica favorita
Tanto la buscó que la encontró. A los 19 años debutó en el filme Ha nacido una estrella , en el nada rutilante papel de cantinera. Siguieron 28 películas más sin aparecer en los créditos, hasta que en 1940 Hal Roach la escogió como pareja del fortachón Víctor Mature, en Un millón de años antes de Cristo .
En la cinta interpretó a Loana, una cavernícola ligera de ropas, que afronta una serie de peripecias entre dinosaurios, tortugas gigantes, arañas mutantes, y una mezcolanza de bichos y seres sin ningún rigor histórico ni científico, todo con la excusa de mostrar mujeres encueradas.
Por más que lo intentó no pasó de ser la joven curvilínea en un apretado traje de baño, pantaloncitos minúsculos o enaguas microscópicas que fueron el paraíso de los voyeuristas y el infierno de los puritanos.
“El cielo sabe que yo quiero que la gente piense que tengo sex appeal . Pero también que tengo algo más que el atractivo sexual”, reclamó en una entrevista. Igual estaba consciente de sus activos y supo explotarlos al máximo; durante un tiempo fue amante de Darryl Zanuck, el mandamás de la 20th Century Fox.
Carole era más que un pastelito recién horneado; leía con fruición a Ernest Hemingway, Noel Coward, Somerset Maugham y llegó a escribir regularmente en varios periódicos sus experiencias como anfitriona militar en la Segunda Guerra Mundial, que más tarde compiló en un libro.
Recorrió con valor todos los frentes de batalla para entretener a la soldadesca, vendió bonos, visitó heridos, escribió cientos de cartas de consuelo a los familiares y se ganó el afecto de todo el ejército. En una de sus giras casi murió a causa de la malaria y la disentería.
En medio de las selvas asiáticas conoció y se casó con el Capitán Thomas Wallace; este cuarto matrimonio duró cinco meses. Carole era de amores rápidos; con su primer esposo convivió tres semanas; con el segundo, Busby Berkely, el artífice de su carrera, vivió cuatro años. A este lo dejó por un corredor de yates, el millonario Willis Hunt, pero acabaron dos meses más tarde. Con Wallace aguantó dos años y lo cambió por el productor de Broadway W. Horace Schmidlapp, que soportó tres años.
En diez años tuvo cinco maridos y varios amantes, en cuenta la escritora Jacqueline Susann y que algunos aseguran se inspiró en el apodo de Carole –Baby Doll– para su celebérrimo libro El Valle de las Muñecas .
Al final se enredó con Rex Harrison, al que todos los lectores recordarán por sus papeles en Mi bella dama , Cleopatra y el Dr. Doolittle . Que Rex fuera un donjuán irredimible, un ególatra interesado solo en su carrera y que estuviera casado con Lili Palmer, solo fueron leños que atizaron la hoguera de una pasión incendiaria.
Carole perdió la cabeza, Rex peor aún y todo Hollywood –menos Lili– sabían que eran amantes y se veían a escondidas; el granuja de Harrison pasaba los fines de semana con Palmer y el resto de los días con su querida.
El actor consideraba a Landis un lance más; cuando ella se enteró que no se divorciaría entró en crisis y, como estaba enamorada, decidió lo peor: suicidarse con una sobredosis de seconal, un potente barbitúrico.
Días antes confesó a la revista Photoplay : “ en este mundo cada chica sueña con encontrar al hombre ideal, simpático, comprensivo, fuerte y que quiera ayudarla, alguien a quien amar apasionadamente. El glamour , las lentejuelas, la fama y el dinero poco significan si tu corazón está destrozado”.
Al amanecer del 5 de julio de 1948, tras tocar varias veces a la puerta de su habitación –en su lujosa casa de Pacific Pallisades– Rex encontró a Carole tirada en el piso, la cabeza reposaba sobre un cofre con anillos, en una mano sostenía varias píldoras y en la mesita de noche había una carta dirigida a su madre: “Adiós, ángel mío, reza por mí, tu baby doll”.