¿ Que hiciéramos la entrevista en las oficinas del INS? Aquello sonaba poco menos que descabellado. Era viernes, al filo de la tarde, y la agenda de Pedro Capmany seguía llena.
Espontáneo, como es, luego tuvo la idea de abordar las preguntas al frente de la institución, en el parque España. Ni siquiera tuvo tiempo de esperar; en un santiamén, ya iba de regreso a Teletica para dar una entrevista.
Para el momento en que finalmente logramos reunirnos, quedaron muy claros dos aspectos sobre la nueva vida del hijo del roquero más roquero que existió, José Capmany (1961-2001).
La primera: con su incursión en la tevé con Dancing with the Stars y ahora con el programa de juegos El último pasajero , que se estrenará mañana, a las 4 p. m, no hay un minuto de sosiego en los días de Pedro. Entre grabaciones y pases a noticieros, entradas y salidas del departamento de maquillaje o vestuario, más su agenda de chivos , el único espacio “relajado” que tuvo aquel viernes el músico y presentador fue el de esta entrevista, recostado en un sillón, con los pies subidos en el respaldar, y una taza de café en la mano.
La segunda tiene que ver con lo que implica ser una celebridad en Costa Rica. Pedro no andaba haciendo trámites en la aseguradora, aunque bien se hubiera pensado debido al aparatoso vuelco que, en enero, dejó su carro en pérdida total.
Ese viernes, a primera hora de la mañana, un mecánico que tiene un taller cerca de su casa, en Jardines de Moravia, llegó a buscarlo para pedirle un favor muy especial. Ese sería el último día que su hija trabajaría en el INS y, para aplacar la tristeza que esto le producía, le pidió a Capmany que fuera hasta su oficina a dejarle un ramo de rosas.
La vida relajada que llevaba hasta hace un par de años desapareció por completo. Ya no se atreve, por ejemplo, ir a un mall o a un supermercado en pantaloneta, pues siempre habrá alguien que le pida alguna fotografía.
“La gente siempre quiere un minuto del tiempo de uno”, dice Capmany, sin querer sonar muy pretencioso.
Capmany también tuvo que apartar de su lista de distracciones la posibilidad de ir por una birra a la Calle de la Amargura, pues ahora, más que nunca, está convencido de que debe ser un buen ejemplo para el público meta de El último pasajero : los adolescentes.
En este programa, jóvenes de último año de colegio, divididos en 108 equipos, serán sometidos, durante 12 semanas, a retos físicos y mentales, que podrían incluir hasta cortes de cabello como los que se hacían en El gran juego de la oca (España, 1993-1998).
El show se grabará en el nuevo estudio de Teletica, convertido en una colorida terminal de buses.
El presentador, de 26 años, asevera que la decisión de darle un giro a su vida no responde a una solicitud de Teletica, sino a una convicción y a una medida para evitar críticas. “La gente cree que uno les debe algo”, dice.
Ya tampoco se anima a salir en plan de ligue a lugares públicos, pues luego no tarda en aparecer el “Pedro Capmany anda con...”. Ahora apuesta por lugares privados, donde no puedan tomarle fotografías que luego justifiquen titulares en las secciones de chismes.
Aquel viernes, estaba un poco ofuscado por una pequeña nota en la que se decía que ya le puso el ojo a una de las modelos que lo acompañará en El último pasajero . La misma historia vivió con su compañera de Dancing with the Stars , Yessenia Reyes, con quien lo relacionaron, más que en la pista de baile, en el plano amoroso. “La gente saca concusiones precipitadas”, fue lo único que accedió a decir al respecto.
En todo caso, de su propia boca salen las palabras: “Nunca he sido noviero”. Por ahora, afirma, no busca ni descarta darse una oportunidad en el plano sentimental, pero tiene claro el sacrificio de tiempo que implica su nuevo rol como presentador televisivo. Por otro lado, sabe que, justo ahora, sería imposible lidiar con una mujer celosa.
El mimado que dejó de serlo
El vocalista de Los Govinda siente que la etiqueta “el hijo de José Capmany” ya casi ha desaparecido por completo; ahora Pedro Capmany es una figura por sí mismo.
En los tiempos del colegio, esta particularidad marcó el precoz inicio de su carrera musical, a sus 14 años, en medio de la trágica muerte de su progenitor. “Era difícil tener una referencia tan fuerte como lo es mi padre”, rememora.
Luego de trasladarse del Colegio Humboldt (donde estudiaba con una beca) al Saint Vincent, la idea imperante de que no era más que un niñito mimado lo colocó en una situación de vulnerabilidad frente a sus compañeros.
Para ese entonces, su madre, María Castro, enfrentaba la octava cirugía en la columna vertebral. Fue una época dura, de muchas limitaciones económicas. Pedro sabía que no había muchas alternativas y él mismo le pidió que lo enviara a un colegio público.
Fue en el Liceo Carlos Pascua Zúñiga, en San Rafael de Heredia, que se convirtió en el tipo sencillo y accesible que es hoy. “Me cambió mi perspectiva del mundo. Tal vez en un cole privado uno vive más enajenado a la vida real, a los problemas... Económicamente, no estábamos bien, pero había compañeros que no tenían ni qué comer. Fue una dosis de realidad que necesitaba y que me hizo cambiar del niño mimado a la cruel realidad que se vive en un liceo”.
La segunda gran dosis de realidad llegó hace dos meses, cuando salió de su carro volcado, con apenas una fractura en la clavícula. El accidente recordó el doloroso instante que acabó con la vida del padre del rock nacional el 13 de octubre del 2001, en el Cerro de la Muerte. En aquella ocasión, Pedro, sus dos hermanos y su mamá se salvaron de milagro.
“Levantarme otra vez del pavimento y darme cuenta de que estoy vivo y que pude haber quedado untado en el pavimento...”. Desde entonces, no deja de darle vueltas en la cabeza cómo se sentiría si les hubiera sucedido algo a los dos amigos con quienes viajaba.
Definitivamente hubo un frenazo, un derrape y un vuelco en su vida, pero uno que lo llevó a comprender que, de haber quedado parapléjico, la única que habría estado ahí para cambiarle el pañal sería su mamá.
De esa experiencia, el segundo accidente vial del que sale ileso, lo único que logró sacarle las lágrimas fue cuando le entregaron su guitarra partida en dos, algo que dice mucho sobre lo que realmente valora en la vida y que confirma, una vez más, que el niño mimado sí creció.
“Creo que es un buen momento para volver atrás, para hacer un rewind, para ubicarse en el tiempo y el espacio. En este momento, ser presentador no es solo ser presentador; son todos los sacrificios que hay que vivir”.