No, no han descubierto la cura para el sida, y no es un extracto de aloe vera ni la miel de abeja. No, en España no abortan al “90% de bebés con síndrome de Down”. No, Bill Gates no ha dicho que “solo el socialismo salvará al mundo”. Y así podríamos seguir, si solo sigo bajando en mi timeline de Facebook.
Todos los días leemos noticias falsas. La audiencia global de Facebook, que ya alcanza 1.800 millones de personas, se expone a diario a una inundación de links que llevan a agujeros: sitios de noticias falsas, apiladas una sobre otra con nefasto diseño gráfico con la ligera apariencia de verdad.
Facebook, que insiste en que no es una empresa de medios, favorece el contenido falso porque su sistema está construido para premiar el engagement , la reacción que genera una publicación entre sus usuarios.
Es decir, si mis amigos y yo hacemos clic y compartimos muchas veces una publicación específica, esta aparecerá en el timeline de Facebook de más y más personas conectadas con nosotros. Puede ser, incluso, que terminen siendo replicada en sitios “reales”.
Los mecanismos que permiten estos son complejos y no son conocidos al 100% fuera de la empresa estadounidense, que es quizá la más influyente del mundo (Google y Facebook absorbieron el 68% de la inversión publicitaria estadounidense el año pasado).
Aunque el fenómeno de las noticias falsas lleva años de cultivo, hasta ahora Facebook dice que limitará “anuncios publicitarios en sitios que muestren contenido ilegal o engañoso”.
El éxito inesperado de Donald Trump en la carrera presidencial estadounidense prendió alarmas: ¿cuánto influyeron las noticias falsas en las decisiones de los votantes? Muchas de las declaraciones de Trump fueron reveladas como falsas por periodistas al momento, pero eso no detuvo su réplica en miles de noticias falsas y el Facebook de millones.
La publicidad en línea no suele funcionar por cómo la leen, sino por cuánta gente la lee. Por eso existen muchos sitios que roban contenido de otros o que propagan noticias falsas: entre más clics, más dinero. Pero es urgente afrontar el hecho de que se están equiparando con el contenido noticioso real –verificado, elaborado por profesionales, con fuentes existentes–.
Las redes sociales permiten a todo tipo de productores de información proyectarse con amplitud similar a medios “tradicionales”. Eso contribuye al debate democrático y a la libertad de expresión y de información.
Y sí, los medios “tradicionales” no trabajan siempre apegados al rigor ni al balance. Pero equipararlos con las noticias deliberadamente falsas es falaz y peligroso. Los medios sí tienen responsabilidades legales y morales. Sus periodistas firman, saben a qué se exponen si mienten. Tienen contrapesos.
Los sitios de noticias falsas no: no son “responsabilidad de nadie”. Leerlas y compartirlas sin cuidado sí.
Facebook y Google están siendo muy presionadas para regular y limitar contenidos falsos y abusivos. Los usuarios podemos exigírselos y aprovechar sus herramientas de denuncia y bloqueo de sitios falsos. Merecemos mejor información.