1. Hace un par de meses, leí en el sitio web de la revista New Yorker un artículo que hablaba sobre nuestra necesidad –enfermiza, suicida– de leer la sección de comentarios de los medios de comunicación y las redes sociales, aun a sabiendas de que nos exponemos, al hacerlo, a un mal rato: pasa en nacion.com, pasa en el sitio del New York Times , parece haber una predisposición natural del ser humano a ser tóxico cuando de una caja de comentarios se trata. Decía Mark O’Connell, autor del texto, que “hacer clic en un botón de “Ver todos los comentarios” es –sospecho– una manifestación del instinto freudiano de la muerte”. Es decir, la tendencia a querer repetir una experiencia dolorosa y desagradable.
2. Dos horas antes de comenzar a escribir este artículo, sopesé la idea de desarrollar un poco mi opinión sobre el caso de los estudiantes de colegio que pidieron a la Comisión de control y calificación de espectáculos públicos, a través de una carta y con el apoyo de su profesor de Educación Cívica, que se cambie el horario de Combate , la polémica gallina de los huevos de oro de Repretel. Dicen los estudiantes que el programa es “sexista, exhibicionista e irrespetuoso”. Sin embargo, antes de escribir opté por echar un vistazo a los comentarios que la noticia había suscitado. Aun consciente de que toparía con una oleada de odio y enojo, me sorprendió una constante, una palabra en particular que se repetía una y otra vez como descripción máxima, unánime y descalificadora del show: tierroso. Una y otra vez, los comentadores se refirieron a los participantes y a la propia producción de Combate como tierrosos, como epíteto mayor para describir la falta de calidad –televisiva y humana, al parecer– de los involucrados.
3. Pregunté a una amiga a quien respeto mucho qué significa para ella ser tierroso y por qué es algo malo. Se lo pensó largo rato. Tuvo un momento de introspección; me dijo que de pronto se daba cuenta de cuántas veces había utilizado el término para referirse a algo –lugares, cosas, personas– distinto a ella, y finalmente me dio su definición: es una palabra que se utiliza para denigrar a un “polo”, asociándolo a una clase socioeconómica baja y con limitado acceso a la educación. Conversamos, entonces, sobre esa otra palabra: ¿qué es ser polo? Desconozco el origen semántico del vocablo, pero se me ocurre este, por mera asociación: polo es alguien que es lo opuesto a mí, es decir, que está en el polo opuesto a quien soy –o creo ser–.
4. Atacamos lo que tememos, y tememos lo que no conocemos. Somos rápidos en señalar a la tierrosa o al polo, porque esa es la opción más sencilla. Se complica, en cambio, conocer a quienes nos rodean; se complica, en cambio, comprender y contextualizar las opiniones distintas a las nuestras –por ejemplo, las emitidas en una sección de comentarios–; se complica, en cambio, no juzgar a quien piensa diferente. De pronto valdría la pena hacer un experimento: la próxima vez que sigamos el instinto freudiano de la muerte y leamos una sección de comentarios, preguntémonos por qué estamos tan enojados y por qué nos caemos tan mal.