Nando no puede creer lo que ven sus ojos: ¡Un 22 en el examen de matemáticas! Pronto, hace un recuento de los eventos que condujeron a ese resultado: primero, la maestra había dicho que repasaran los capítulos 4 y 5, y ¡salió con una pregunta del 3!; segundo, la aventajada Anita, que le había prometido que estudiarían juntos, se resfrió y nunca llegó, y tercero, su madre, que debía despertarlo a las 7 de la mañana –pues la prueba arrancaba a las 8–, lo había sacudido a las 7:15.
Para Nando, las razones de su fracaso están claras: la traicionera maestra, la enfermiza Anita y su despistada madre.
¿Dónde está el control? La “externalización de la responsabilidad” es la tendencia a atribuir la causa de las contrariedades a factores externos, tanto personales (“el profe, que no me quiere”, “el colega inútil”, “el jefe al que le caigo mal”, etc.) como impersonales (la mala suerte, el injusto sistema de evaluación o el destino cruel).
Claro está, los malos resultados tienden a ser una mezcla de causas y azares, y yerros y aciertos –tanto propios, como de otros–. Empero, la externalización asume, de partida, que la causa siempre está “fuera de uno”. Al hacerlo, debilita el compromiso, pues siempre es más sencillo buscar un culpable o inventar una excusa que dar la cara.
El psicólogo J. B. Rotten acuñó el término locus de control –es decir, “lugar de control”– para describir la mayor o menor tendencia de las personas a responsabilizarse por los eventos que experimentan. Luego, las personas con mayor orientación al locus de control interno perciben que los eventos están bajo su control personal y ocurren como resultado de sus propias acciones. En general, atribuyen sus logros a su propio esfuerzo y habilidades, pero también aceptan sus fracasos y experimentan la culpa y la verguenza con gran intensidad.
Por su lado, los individuos con tendencia al locus de control externo tienden a ubicar el control fuera de ellos y atribuyen sus éxitos a la buena suerte, consideran que la casualidad resolverá sus problemas y achacan sus fracasos a la mala suerte o a la mala voluntad de otros. “¡Aquí no hay nada que hacer! Entre mi mamá, Anita y la profe... ¡me hundieron!”, se lamenta Nando.
Actuar o esperar. Ahora bien, nuestra externalidad y locus de control influyen en cómo vemos el futuro y sus posibilidades. En esta línea, Nancy Morales de Romero, experta en psicología social, describe dos tipos de esperanza.
La esperanza activa privilegia el actuar para convertir los sueños en realidades. Se muestra en individuos que creen tener una cierta capacidad de predicción y control sobre los eventos futuros, que planifican y ejecutan acciones y confían en que su desempeño se traducirá en los resultados deseados.
Por su parte, la esperanza pasiva sostiene la creencia de que las cosas ocurrirán simplemente porque son deseadas. Los factores que alimentan esta esperanza incluyen ilusiones, presentimientos, anhelos y deseos.
Morales de Romero encontró una correlación negativa entre ambas esperanzas: cuando la activa sube, la pasiva baja, y viceversa. Además, la esperanza activa es un buen predictor del rendimiento académico en el bachillerato.
Todo lo contrario ocurre con la esperanza pasiva: cuanto mayor, peor es el rendimiento.
Inundado de externalización y esperanza pasiva, Nando espera que “algo ocurra”: acaso su profesora “lo trate bien”, el siguiente examen “esté fácil” o le funcionen los calcetines “de la buena suerte” que le regaló su tía.
Desafortunadamente, nuestro estudiante no es muy fuerte en esperanza activa; es decir, en buscar más horas de estudio, un grupo de compañeros para hacer ejercicios, algo de lectura extra, consultas a sus profesores –y a Anita–, etc.
En un universo en movimiento, la esperanza está asociada con la acción.
Lejos de ser pura ilusión, pasividad y espera vana, la esperanza activa se niega a externalizar y está unida al compromiso personal.
Termino un taller en Ciudad de Guatemala, y salgo a caminar. En una esquina de la zona rosa, una curandera maya vende collares de piedra y pequeñas tarjetas en las que condensa la milenaria sabiduría de su pueblo. Una de ellas dice: “Cuando quiero algo, me lo pido a mí misma”.