El inciso 4 del artículo 139 de la Constitución Política estipula que, al inicio de cada período anual de sesiones de la Asamblea Legislativa, el Presidente debe presentar un informe sobre “los diversos asuntos de la Administración y el estado político de la República”, en el que además deberá proponer “las medidas que juzgue de importancia para la buena marcha del Gobierno y el progreso y el bienestar de la Nación”. ¿Cumplió estas expectativas el informe presentado al país el pasado 1.° de mayo?
Visión presidencial
Gobernar significa guiar o dirigir. Pero para dirigir es necesario tener un derrotero. Se supone que quien ejerce la presidencia de la República tiene una visión de país, visión de la que se derivan los objetivos y la estrategia que guían la acción pública. El informe del 1.° de mayo debería ser, primero, una oportunidad para exponer esa visión, reexaminándola a la luz de la coyuntura nacional; y segundo, un espacio para ajustar o redefinir el rumbo del Gobierno.
El Presidente, tal y como lo hizo en el 2003, optó por un inventario pormenorizado de aspectos cuantitativos de su gestión. Nuevamente la reflexión estuvo ausente. No hubo una valoración objetiva de aciertos y retos pendientes, no hubo un balance de aspiraciones y resultados. Simplemente una larga enumeración de estadísticas, que, sin una adecuada contextualización, no es de mayor utilidad. ¿Qué nos dicen estas cifras sobre el “estado político de la República?” ¿Cómo reflejan la cosmovisión presidencial? ¿Cómo señalan el camino?
Administrando sin gobernar
Por supuesto que la construcción de la sala de partos de Hone Creek y las 121 presentaciones artísticas que se realizaron en el Teatro Melico Salazar son obras positivas e importantes. Pero estos logros, como muchos otros mencionados en el informe, son una consecuencia del trabajo inercial de la administración publica. O, dicho de otra forma, los espectáculos en el Melico Salazar y la construcción de sala de partos de Hone Creek no son resultado de la visión particular del Gobierno, sino producto del trabajo cotidiano de dependencias públicas creadas para tales propósitos. Visto desde esta perspectiva, el informe presidencial del pasado 1.° de mayo es tan solo un reporte administrativo, no el repaso reflexivo del estado de la nación que se espera de un gobernante. Quien habla es el burócrata, no el estadista. Y esta no es una afirmación peyorativa, es sencillamente una distinción que el país esperaría que el Presidente asumiera.
Pero además, esta ausencia de perspectiva tiene un aspecto peligroso. Algunas cifras requieren forzosamente una digresión analítica pues, de lo contrario, se corre el peligro de invisibilizar un problema mayor detrás de un supuesto logro. Por ejemplo, el Presidente informa de que la Delegación de la Mujer atendió 6021 casos de violencia contra mujeres sin analizar su trasfondo, ignorando completamente la patología social que muestra una estadística como esta. Y así es posible encontrar otros casos en el informe.
Arrogancia oficial
Desdichadamente, no pareciera que esto vaya a cambiar el próximo 1.° de mayo. La arrogancia con la que el Presidente y algunos de sus más cercanos colaboradores enfrentan las críticas se ha vuelto común. La respuesta sarcástica y descalificadora no es, como parecen creerlo, una muestra de ingenio, sino una falta de respeto. Afirmar, como lo hizo el Presidente, que en el futuro la gente comparará su discurso con El Quijote o La Divina Comedia , no solo denota una gran soberbia, sino que refleja una inflexibilidad que hace remoto cualquier propósito de enmienda en el futuro.
Cuando se renuncia a gobernar y solo se aspira a administrar, poco o nada cambiará. Cuando se escoge ese camino, las probabilidades de éxito que el país tiene para enfrentar algunos de sus acuciantes problemas son mínimas. Y esto, pareciera, lo seguirá comprobando la ciudadanía, cada 1.° de mayo, en los próximos dos años.