Néstor Kirchner es un peligro en muchos sentidos. Por ejemplo, al darle cabida a militares populistas y golpistas como Hugo Chávez. Y ahora, va por más.
Argentina tuvo dificultades en el 2004 a propósito de una crisis energética que tiene su raíz en regulaciones estatales que desalientan la inversión privada. Pero ¿cómo pretende paliar esto el Gobierno? Con más control estatal. El Gobierno ha anunciado la resucitación del plan nuclear estatal, con una inversión global de $3.500 millones durante ocho años, para concluir las obras de su tercera central atómica, construir una cuarta y reanudar la producción de uranio enriquecido.
Primera en Latinoamérica. El país ocupa el puesto número 23 entre los de mayor uso de energía nuclear. El Estado tiene en funcionamiento, desde 1974, la central nuclear de Atucha I, la primera de América Latina, y la central de Embalse.
Mientras que, desde 1981, se construye la planta de Atucha II.
Las plantas en operación representan casi el 9% de la energía eléctrica, cantidad que aumentaría al 16% cuando esté terminada Atucha II. Argentina exporta material nuclear a Argelia, Alemania, Bélgica, Corea del Sur, Egipto, Francia, India, Rumania, Noruega, Perú, Turquía y Estados Unidos. El expresidente Carlos Ménem intentó venderle tecnología a Irán, pero Norteamérica lo frenó.
¿Plantas nucleares estatales o privadas? Veamos. El desastre de Chernobyl ocurrió en la antigua Unión Soviética, en una planta estatal. En contraposición, en Estados Unidos, donde existen decenas de centrales nucleares privadas, el peor accidente que recuerdo se produjo en el año 1979, en la isla de las Tres Millas, estado de Pennsylvania, pero no fue comparable con el ocurrido en Rusia. Así, históricamente, las plantas privadas han resultado mucho más seguras. ¿Casualidad?
Monopolio de la violencia. No. El Estado es irresponsable en la medida en que utiliza el monopolio de la violencia (la coerción) para organizar a la sociedad. En contraste, los sectores privados están impelidos a ser responsables porque manejan sus propios recursos. El Estado, en cambio, maneja los recursos ajenos que, mediante la vía impositiva, le ha quitado a la sociedad. Por eso no le importa malgastar porque obtiene lo que quiera.
Una central en manos de este Estado, violento e ineficiente, es un verdadero peligro nuclear y ecológico. En manos del mercado natural, es una central en manos de las personas que sabrán defender sus vidas.
Esto se puede observar con un ejemplo más cotidiano: las aerolíneas estatales y privadas. Donde existe la competencia, las líneas aéreas priorizan la seguridad. Pues no hace falta que un avión se caiga, sino que basta con que los pasajeros noten la menor falla, para que esa empresa quiebre por falta de clientes.
Pero, además de garantizar la seguridad de sus clientes –los pasajeros–, la línea privada tratará por todos los medios de no perder un avión porque, en un mercado competitivo, eso resulta demasiado costoso.
Poco énfasis en seguridad. Cuando existen monopolio, oligopolio o cualquier “regulación” estatal que inhibe artificialmente la competencia, las empresas ponen poco énfasis en la seguridad, visto que, aunque derriben sus aviones con artillería antiaérea, los pasajeros no tienen otra alternativa que seguir volando con ellos. De manera que, entonces, la seguridad –si existe un organismo “regulador”– quedará en manos de burócratas para quienes las situaciones peligrosas son un expediente tedioso y no un serio riesgo para la vida de los pasajeros.
Claramente, se debería desregular completamente la actividad energética, de manera que el mercado, las personas, decida qué tipo de centrales –nucleares o no– resultan más económicas, eficientes y se manejen con seguridad.
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