El primer borrador de esta columna trató sobre el creciente número de asesinatos cometidos por sicarios o asesinos a sueldo en Costa Rica (10 muertos en lo que va del año, 3 en el 2001; 7 en 2003). Seguro que, de tanto ver llover en una tarde oscura, terminé imaginando una hipótesis tenebrosa: hoy, los sicarios jalan el gatillo por asuntos de drogas, pero ¿qué pasaría si mañana alguien descubre, en un ambiente político caldeado, que estos elementos son útiles para acallar voces incómodas?
Leí el escrito y me dije: “Vargas: ¿qué fumaste?”. Borré todo y volví al punto cero. Computadora en blanco, concluí que esta semana había llegado la hora de la verdad: esta vez sí que no escribiría nada decente. Revisé varios temas, pero, nada, no hubo manera: el tema de los sicarios seguía terco ahí.
Entonces formulé una pregunta distinta para ver si la cosa caminaba: ¿por qué el sicariato parece estar convirtiéndose en una profesión? La primera explicación que saltó a mi cabeza es que, si el narcotráfico sentó sus reales en este país-jardín-de-paz, entonces es previsible que aplique sus métodos de administración de negocios. Sin embargo, esta idea me resultó insuficiente pues no aclara las condicio-nes que habrían permitido al sicariato ir echando raíces en nuestro país.
Necesito pensar otras posibles razones, me dije. ¿Habrá razones económicas? En las últimas décadas se han creado grandes y muy deteriorados asentamientos urbanos, donde la población carece de acceso a oportunidades económicas y sociales. Estos nichos de ecología urbana deprimida podrían ser caldo de cultivo del sicariato, una vía rápida al dinero fácil. ¿Habrá razones sociales? Somos una sociedad cada vez más desigual, y, de acuerdo con estudios recientes, la desigualdad (más que la pobreza) es la que promueve la violencia delictiva. ¿Habrá razones culturales? El creciente armamentismo de la población indica un cambio en la cultura costarricense hacia una mayor tolerancia a las armas y a la violencia como norma de convivencia. La fascinación por las armas crea engendros.
Al repasar estas cavilaciones me di cuenta de que ninguna de esas explicaciones es satisfactoria. Los tugurios no crean sicarios ni la desigualdad per se lo hace. Así que una vez más volví al punto cero de un columnista, la computadora en blanco. Al final no tengo más que el dato frío: los asesinatos de los sicarios son hoy bastante más frecuentes que poco tiempo atrás y ni cuenta nos hemos dado. No tengo mucho más en claro, salvo la convic-ción de que tenemos que erradicar esa podredumbre.