No hay vuelta de hoja: el ciudadano está perdiendo cada vez más su soberanía pública, y, o no se ha dado cuenta, o, como buen tico, prefiere hacer la vista gorda. Hacia donde miremos, se nos están reduciendo dramáticamente los espacios y, como lo sigamos permitiendo, como no exijamos liderazgo, pronto vamos a vivir en la anarquía.
No bien se parquea uno con el carro en cualquier orilla de la vía, le cae un tipo con cara de “mediana cerrada” para entregarle un tiquete por ¢1500 o ¢2000 a manera de aviso, o más bien de advertencia, de que ese monto es lo que habrá que pagarle por echarle un ojo a aquel. Ante eso, uno queda entre el puñal (tal vez pistola) y la pared porque, si le rechaza el cartón, se expone a que, de regreso, el vehículo esté rayado o tachado, o no esté del todo, y si le paga, estará prohijando esa práctica. Que es lo que debe de haber sucedido porque el negocio está tan boyante que los “cuidacarros” gozan ya en las áreas urbanas de grandes feudos para disponer a su arbitrio, incluso pasando por encima de la señalización vial, de calles, avenidas, entradas de cocheras, jardines y lotes vacíos.
El caso de Migración es patético. Al ver lo que ahí ocurre, uno no se explica cómo el Estado ha podido caer tan bajo todo este tiempo. La forma como los “gavilanes” tomaron por asalto los espacios donde los extranjeros hacen fila para vendérselos en ¢25.000 cada uno, es lo que mejor permite medir ese nivel nuestro de decadencia institucional. Estoy seguro de que si a hombres como Chico Orlich y Pepe Figueres les hubiera tocado como presidentes vivir esto, no hubieran dudado un segundo en ir personalmente a echar a la runfla de mafiosos. Pero, como ahora los presidentes son light , no gobiernan, turistean.
Otro ejemplo, viejo, célebre y ya casi de galería nacional, son las ventas callejeras. Me voy a morir y a recontramorir, y ahí me sobrevivirán. Bien atravesadas, como siempre, en las aceritas de las esquinas, yo las veo incluso más gorditas gracias a esa globalización que las atiborra de chucherías chinas, y como un homenaje a la palabra de los políticos cuyas repetidas promesas de removerlas se fueron, para variar, en pura hablada.
Y así todo: los carros atravesados el día entero en las aceras, la “maleantada” en las afueras del Santamaría, la sobrepoblación de nicas en las clínicas del Seguro Social, el mercado persa en las intersecciones tocándole la ventana a los conductores, las improvisadas paradas de taxi obstruyendo vías (frente a la U Latina, Mall San Pedro y muchas)… ¿Y la autoridad? “¡Pura vida, mae, pura vida!”.