Acabo de conocer a un ser humano muy especial. Yo diría, más bien, excepcional. Todo un personaje. Y por si fuera poco, femenino. ¡Tenía que ser una ella y no un él! Para más señas, Rossi. Simplemente Rossi. Un nombre tan breve como un suspiro, apenas para recitárselo al oído.
No exagero; ella es fuera de serie. Y no precisamente por ser una modelo de curvas devastadoras, o una “miss porno” de la farándula, o una ninfa de esas que seducen a los dioses mismos a golpe de ombligo. Y menos una rubia de telenovela.
Tampoco es una diputada casta, una adivina infalible o una amazona de las leyendas persas. No; nada de eso. Ser más sencillo que Rossi no puede haber en este mundo. Ella es ella, y no hace nada que, rutinariamente, no haga cualquier persona común y corriente.
Por ejemplo, le fascina asomarse a la calle por entre la persiana para ver a la gente pasar; sentarse a la mesa con la familia a la hora de comer; hacer travesuras como cualquier niña mala (a excepción de la de Vargas Llosa), registrarle y escarbarle la billetera al papá; sentarse en la sala, con campo fijo, entre las visitas; descolgar la ropa del tendedero, ver televisión en grupo y echarse en la cama, almohada incluida, con todos.
¡Qué puede haber más humano que eso! No obstante, lo que distingue a Rossi de nosotros es ser la excepción de la excepción misma porque, si es verdad, como dicen, que la historia de cada quien hace al individuo, ella es una fiel exponente de ese aserto.
Lo es porque desde que sus padres la adoptaron chiquita y creció a su abrigo, se siente tan humana como usted y yo. No ha habido manera de convencerla de que es una perrita, y que, como tal, tiene que guardar los rigores propios de la cultura canina.
Ante esa situación, sus amos la llevaron varios días a casa de otras perritas para que socializara, observara el comportamiento de estas y entendiera que su mundo es ese y solo ese. Pero fue peor. Cuando aquellos llegaron a recogerla, Rossi, de la emoción, lloró como una bebé.
¡Sufría una terrible crisis de identidad! estaba de psiquiatra. ¿Quién era ella en realidad? De humana, veía tele, comía en la mesa, se codeaba con visitas… Y de perra, olía rabos, se lo olían a ella, tenía pulgas, vivía en perrera… Si Rossi supiera lo que somos los humanos, a la larga se sentiría orgullosa de ser lo que es, pero que no es.