El distinguido empresario de cine Luis Carcheri invitó a varias personas, y entre ellas afortunadamente a este servidor, a la exhibición privada de una película, mejor dicho, un documental aterrador que pronto se proyectará en todo el país, elaborado por grandes centros científicos con apoyo en profundos estudios de fotografías vía satélite, gráficos, investigaciones geográficas y tomas panorámicas de este pobre planeta enfocado desde el espacio infinito, brillantemente narrado por Al Gore, excandidato a la presidencia de los Estados Unidos de América. La destrucción acelerada de la Tierra se contempla completa y casi inminente.
Una de las causas principales es la industrialización masiva, irreflexiva y sin precaución alguna que contamina la atmósfera, al punto de que los rayos del Sol quedan aquí aprisionados y recalientan así el mundo. Un concienzudo funcionario que defiende el ambiente comentó que los fenómenos actuales tienen su origen en causas de hace 15 años, y por ello no podemos hoy saber con certeza las consecuencias de los malos hábitos dentro de un período similar.
Devastadora realidad. Al recalentarse el globo, el hielo de los polos se está derritiendo, lo que sin duda alguna aumenta el caudal de los océanos. Inquietante, turbadora y horrenda la comparación fotográfica de hace pocos años de las eternas nieves del Kilimanjaro, los Himalayas y varios glaciares y ventisqueros en los Andes peruanos o en la Patagonia argentina, con la cruda y devastadora realidad del presente. En lugar de la blancura de antaño, aparecen negros y esqueléticos farallones descarnados. Según las investi-gaciones comentadas por Al Gore, en 50 ó 60 años los mares crecerán alrededor de 20 pies, es decir, siete metros que sumergirán Manhattan, la Florida, Holanda y el resto de los Países Bajos, incluida buena parte de Inglaterra y China.
La reubicación de varios millones de desplazados, sin viviendas ni ciudades, será imposible. Entonces la supervivencia de unos cuantos humanos se decidirá aplicando la ley de la selva.
Demoledor mensaje. Comparando la milenaria historia de la humanidad con este tiempo, podemos jactarnos de que aún nos quedan unos pocos minutos para rectificar. El mensaje es demoledor, pero todavía hay una leve esperanza si, entre otras prioridades, se suscribe con urgencia el Tratado de Kioto. Sabemos ya, con bastante evidencia, de la extinción de los dinosaurios que ardieron, y poco resta para que la humanidad tenga similar ocaso.
Recuerdo la quietud de la isla de Patmos, la más fascinante de las 12 islas del azul profundo del mar Egeo, rodeada por una playa de fina arena blanca, y, en lo más alto de la rocosa colina central, el monasterio antiquísimo labrado en piedra. En la base se encuentra la diminuta cueva donde san Juan escribió el libro del Apocalipsis, rompiéndose el techo de granito al terminar el texto, en cuatro gruesas hendiduras que apuntan con exactitud matemática hacia los cuatro puntos cardinales. Mas Dios llovió fuego del cielo, que los consumió… (Apocalipsis, 20, 9).