Siempre nos hemos creído el ombligo del mundo. Ya en 1828, un “modesto” compatriota escribió: “el mundo entero se detuvo admirado por la independencia de Costarrica”.
Los foros internacionales deslumbran a muchos gobernantes y los conduce a priorizar lo externo sobre lo interno, dejando la agenda nacional en manos que no tienen su liderazgo. ¿Estará ocurriendo esto?
En política exterior los errores son más difíciles de corregir, sus efectos, más graves y las reacciones, imposibles de detener. Por ello, no debe abandonarse al gusto del gobernante su gestión, sino cuidar que se subordine realmente al interés nacional. Se necesita mucho realismo, no atraerse enemigos gratuitos y poderosos, evitar roces contraproducentes o entrar en batallas sin los recursos necesarios.
Ya se han dado pifias, como acusar a la Iglesia ante el cardenal Sodana justo cuando lo retiraban del Vaticano; y anunciar lo que Arias le diría en Colombia al Vicepresidente cubano, que reaccionó brutalmente y sentenció al fracaso la pretensión de mediar en el conflicto colombiano.
Don Óscar, sin objetivo claro, irritó otra vez la hipersensibilidad castrista, asegurándose un injusto y desorbitado ataque. Este, irrelevante por lo que dice, es muy significativo por lo que esconde: cabildeo mundial anti-Costa Rica; Hugo Chávez y su petróleo; posible triunfo del piñatero Ortega, su dedo meñique en el istmo; uso de las favorables condiciones internas para una labor de zapa.
Castro y Chávez no son ni Ortega ni Shafik Handal; y es obvio, si el choque sigue, hacia quién se inclinarán Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Bolivia. Y, dada su marginación por los colegas del istmo, el aislamiento de Costa Rica es la perspectiva. Y todo ¿para qué?
El desarme y la paz son la gran aspiración. Pero no es hoy su primavera. El país tiene graves problemas y su fuerza moral está debilitada. No bastan don Óscar y su prestigio. Carecemos de la organización, los recursos y las alianzas que se requieren para enfrentar, simultáneamente, a Cuba, Venezuela y sus amigos, a los vendedores de armas y hasta las grandes potencias, a quienes Arias pide que exijan democracia y derechos humanos a los gobiernos autoritarios de Asia, África y Medio Oriente, que deben estar felices con la propuesta. Sobra verbo, pero falta músculo.
Clemençeau, presidente de Francia, preguntado sobre los 21 puntos del presidente Wilson para la paz, respondió que “el buen Dios era más modesto: solo pedía diez”. Parecerá una ironía de la historia, pero ¿no debería don Óscar repensar más bien en la neutralidad activa y volver a la tierra?