Decir “pacto” es decir falta de transparencia y quien proponga una asesoría propone un desperdicio. Concertación es una tomadura de pelo y nadie quiere recibir un premio porque así se llama el precio de la corrupción.
A fuerza de escándalos, ironías y desilusiones, las palabras mutan su significado y connotación. Quizá convenga reconocer que esas metamorfosis tienen consecuencias prácticas.
Desde hace años, el discurso político costarricense es un elogio a la tozudez. Se admira a quien no pacta, cuando nada hay más propio del gobierno democrático.
El pacto, en una democracia, es el reconocimiento de los límites impuestos al poder de quienes logran, en determinado momento, el favor de la mayoría.
Pero el sinsabor de algunos pactos inspira tanto temor que ya ni siquiera es posible la conversación a puerta cerrada. La discreción es falta de transparencia, y el diálogo solo es posible en escenarios donde la pose prima sobre la voluntad de lograr acuerdos.
Tan maldita como “pacto” es la voz “asesoría”, a menudo empleada para disfrazar la repartición de prebendas y puestos “botella”.
La carga negativa de la nueva acepción suma opositores a un empréstito de $30 millones destinados al sector educativo. Parte del dinero contratado con el Banco Mundial servirá para pagar asesores y eso, por definición, no es bueno independientemente del contenido o la necesidad de los asesoramientos.
La oposición al empréstito tiene otras razones, pero la palabra maldita figura entre las más destacadas. Ese sitial de privilegio es un homenaje a su impacto sobre la opinión pública.
A pesar de todo, los diputados aprobaron el empréstito por amplía mayoría, pero una maldita palabra figura entre las dudas que once legisladores consultaron a la Sala Constitucional.
Por mala mecanografía, la ley del empréstito dice “rezones” donde debió decir “razones”. En la legislatura pasada, los diputados aprobaron una moción para que se lea “razones”, y santo remedio... hasta ahora. Los once diputados que firman la consulta de constitucionalidad temen que la nueva ortografía viole la prohibición de enmendar los convenios internacionales en sede legislativa, así que echan mano de una maldita palabra para lograr lo que no pudieron con la palabra maldita.