Que vivimos en un tiempo marcado por generaciones a las que les cuesta seguir la argumentación seria e inteligente, es lo que ha quedado claro en las recientes reacciones de los medios de comunicación y del mundo islámico ante el discurso reciente de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, lugar de su antigua cátedra como profesor.
Con profundo disgusto, en palabras del cardenal Bertone, ha reaccionado el Santo Padre ante la pésima manera en que se ha entendido su mensaje y, sobre todo, cómo se ha procedido a comentarlo sin mirar la totalidad o descontextualizando alguna que otra frase o cita anotada en el mismo.
Tonterías de peso. El responsable para el diálogo entre religiones, el cardenal Poupard, desde el principio ha insistido en un punto: leer todo el mensaje papal, una cuestión de elemental seriedad intelectual, pero, con todo y todo, hay más de uno que aún no logra hacerlo, y continúan diciendo tonterías de tal peso que se detiene el Sol a contemplarlos.
La famosa referencia al juicio del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, citado en el discurso de Ratisbona, solo fue usada por el Papa como oportunidad para desarrollar, en un contexto académico y según resulta de una atenta lectura del texto, algunas reflexiones sobre el tema de la relación entre religión y violencia en general y concluir con “un claro y radical rechazo –como escribe Bertone– de la motivación religiosa de la violencia, independientemente de donde proceda”. Afirmar que Benedicto XVI hizo suya esa cita sería una de dos opciones: no captar la argumentación o ser movido por las peores intenciones. El mismo Obispo de Roma ha recalcado, en el Ángelus dominical del 17 de setiembre, su pesar “por las reacciones suscitadas” por la referencia medieval hecha y “considerada ofensiva para la sensibilidad de los creyentes musulmanes”, insistiendo que para nada expresa su pensamiento.
Lecciones del pasado. En el encuentro con los representantes de algunas comunidades musulmanas en Colonia, el 20 de agosto del 2005, Benedicto XVI ya había afirmado que el diálogo entre cristianos y musulmanes “no puede reducirse a una opción temporal”, para añadir algo más adelante: “las lecciones del pasado tienen que servirnos para evitar que se repitan los mismos errores. Queremos buscar los caminos de la reconciliación y aprender a vivir respetando la identidad del otro”. En esta línea se camina y no en otra, como algunos han dicho o insinuado.
Estas expresiones y otras muchas derivadas de textos oficiales, como el documento conciliar Nostra aetate, hacen impensable un desprecio al Islam de parte de la Iglesia, pese a diferencias históricas innegables y además superadas; pero también hay consecuencia plena con palabras como las siguientes de Juan Pablo II en Asís en 1986: “Las manifestaciones de violencia no pueden atribuirse a la religión en cuanto tal, sino a los límites culturales con las que se vive y desarrolla en el tiempo… De hecho, testimonios del íntimo lazo que se da entre la relación con Dios y la ética del amor se registran en todas las grandes tradiciones religiosas”.
Al cerrar su declaración. el nuevo Secretario de Estado escribe: “El Papa desea que se les ayude (a los fieles del Islam) a comprender en su justo sentido sus palabras para que, una vez superado este momento difícil, se refuerce el testimonio en el ‘único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres’”. Ojalá así sea y aprendamos a leer todo con rigor y sin improvisar criterios.