La revolución digital que ha transformado la producción de bienes y, más recientemente, también de los servicios, así como los hábitos de consumo de una parte importante de la población mundial, se alimenta de tres elementos científicos-tecnológicos y uno de carácter social.
La lógica binaria, conocida desde la civilización griega, permite transformar todos los números y sus operaciones, los caracteres alfabéticos y los sistemas de decisión simple a combinaciones de 0 y 1. Esta es la base matemática de las computadoras, y permite, en principio, interconectar sistemas de información y de decisión.
Las primeras computadoras utilizaban transistores que representaban el 0 y el 1 mediante prendido y apagado. Esto consumía mucha energía y producía calor. Algunos recordarán los centros de cómputo llenos de aparatos de aire acondicionado, tales como Matilde en la Universidad de Costa Rica. El uso de nuevos materiales llevó a los chips en evolución creciente, los cuales consumen poca energía y no tienen partes movibles. Así las computadoras son cada vez más eficientes y pueden manejar sistemas más complejos y mayores bases de datos.
El tercer elemento tecnológico es la revolución en comunicaciones, la cual permite transmitir grandes volúmenes de información en cortísimo tiempo a cualquier distancia y bajo costo. Esto permite interconectar bases de datos y sistemas de decisión en cualquier lugar.
Interconexión productiva. Desde el punto de vista social, la primera transformación ocurre dentro de las empresas cuando se interconectan sus departamentos, ventas, producción, contabilidad, gerencia y se dan saltos en productividad. Esto revolucionó la ingeniería industrial, la cual pasó de las mecanizaciones de Taylor y Fayol a las nuevas formas de cero inventarios y calidad total. Un nuevo salto ocurrió cuando las empresas se interconectaron electrónicamente con su entorno: proveedores y clientes. Esta transformación empresarial puso de manifiesto que, para aprovechar la revolución digital, se necesitaba una transformación de la organización con miras a aprovechar las posibilidades de interconexión, simplificación y control que permiten las nuevas tecnologías.
Mientras esto ocurría en el mundo empresarial y en los países desarrollados, el Estado costarricense, lejos de transformarse para aprovechar las nuevas posibilidades tecnológicas, involucionó. Entre sus tendencia recientes parecen destacarse: una mentalidad de control mediante legislación creciente, la cual ha tendido a crear pequeños feudos de decisión; una confusión entre las labores de auditoría y de gestión, lo cual ha generado una cogestión entre auditados y auditores que provoca una dilución de responsabilidades; una superposición de funciones entre las entidades públicas y dentro de ellas, la cual pareciera responder a un modelo de Estado clientelista y atomizado; todo esto acompañado de un temor a la reforma del sector público por parte de los poderes legislativo y ejecutivo incapaces de romper con el clientelismo y los feudos de poder. Estas tendencias se vieron reforzadas con el conocimiento público de los grandes casos de corrupción, las cuales dieron nuevo ímpetu al afán de supervisión-cogestión, y al espíritu de legislación de control creciente y la consecuente atomización de decisiones.
El resultado es una involución del Estado que ha marchado a contrapelo de las tendencias necesarias para permitir la interconexión de sistemas de decisión e información. Mientras el sector privado y la sociedad civil incorporan nuevas tecnologías y procesos y se articulan exitosamente con el exterior, el Estado se ha convertido en una rémora que amenaza con hacer naufragar el resultado de los esfuerzos colectivos. El tiempo para emprender una verdadera modernización del Estado se agota. Es urgente replantearlo con miras a aprovechar las posibilidades de interconexión, simplificación y control que permiten las nuevas tecnologías.