Por la prensa costarricense me he enterado de la renuncia del doctor Ronald Meléndez, presidente del Conicit, del desfinanciamiento de los programas de la institución y, por ende, de su cierre técnico. Todo esto suena paradójico cuando se está buscando el estímulo a la industria del conocimiento.
Soy una de las costarricenses que ha tenido oportunidad de gozar de una beca del Conicit. En el 2005, concluí los estudios de Medicina Veterinaria en la Universidad Nacional (UNA) y viajé a España para realizar una pasantía sobre el diagnóstico y manejo de enfermedades endocrinas, en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Sin la beca del Conicit no hubiera sido posible la experiencia adquirida, que me permitió reafirmar la excelente formación que me trasmitieron mis profesores en la UNA y me ha abierto las puertas para una maestría en Utrech, Holanda, donde resido actualmente, pero sin olvidar mi país.
Por todos estos motivos abogo por el fortalecimiento del Conicit y sus programas. Debe ser la institución de la ciencia y la tecnología, libre de banderas políticas, que brinda ayuda a los profesionales en todos los niveles, en busca de una sana realimentación de conocimientos.