"Y tú, ¿quién dices que soy yo?", la pregunta de Jesús de Nazaret a Pedro, pescador de Galilea, hace 20 siglos, sigue interpretando hoy a la humanidad. Dependiendo de la respuesta que demos a esta pregunta, resultará clara y contundente la postura que cada persona tenga que asumir frente a la interpretación del filme de Scorsese ""La última tentación de Cristo".
Centraré este análisis en el terreno la historicidad de los Evangelios: Jesús no es un mito ni una leyenda inventada para satisfacer las aspiraciones de trascendencia del ser humano. Las actas del proceso de Jesús fueron examinadas por el Senado de Roma. Además de los evangelistas hablan de Jesús algunos historiadores profanos, como Flavio Josefo y Plinio. La expectación del Mesías había llegado a ser universal en la época en que nació Jesús. Dan testimonio de ello en Roma: Cicerón, Virgilio, Suetonio y Tácito, y en Grecia: Platón y Plutarco. Además, Jesús manifestó su divinidad y fue sentenciado a muerte por Caifás, precisamente por afirmar que era el Hijo de Dios.
También dieron muestras de su divinidad las profecías realizadas en Él; los milagros; su inteligencia que posee toda la verdad y los secretos de Dios hasta el punto de poder decir de sí mismo: "Yo soy la Verdad"; sus oyentes que aseguran que "ningún hombre habló así jamás"; su figura moral modelo de toda virtud, de suerte que es el único en el mundo que puede decir: "¿Quién de vosotros me acusará de pecado?"; especialmente dio muestras de su divinidad en su pasión y muerte que afrontó con aquel sereno dominio que hizo exclamar a un incrédulo: "Si la muerte de Sócrates fue la muerte de un justo, la muerte de Cristo fue de un Dios" (Rosseau).
Reforzado cinismo. Frente a estos hechos históricos, Scorsese presenta un Cristo débil, pusilánime, inseguro de su misión mesiánica; duda entre predicar el amor o asesinar a los romanos; pide a Judas le libere de su papel; anuncia que su muerte es para pagar por sus propios pecados en vez de los de la humanidad. El clímax dramático de la película se da durante 30 minutos, cuando Cristo, muriendo en la cruz, aparece alucinando por la última tentación de Satanás, el cual lo anima a bajarse de la cruz, renunciar a su papel mesiánico y casarse con María Magdalena. Aparece interrumpiendo la predicación del apóstol Pablo para explicar que el no murió ni resucitó; Pablo luego dice que los hechos no son importantes, siempre y cuando el pueblo tenga algo en qué creer, reforzando así, cínicamente, que el cristianismo es un invento de Pablo, el cual distorsionó las enseñanzas de Jesús.
El filme está obsesionado por escenas de sangre. Aparece una escena grotesca donde Cristo arranca de su pecho el corazón y lo sostiene para que los apóstoles lo admiren. En resumen, Cristo definitivamente no es el Hijo de Dios, no es "ni perfecto Dios ni perfecto hombre". El héroe de la película es Judas. Y Pablo aparece como un hipócrita y mentiroso, socavando las bases del cristianismo.
Crítica fundamentada. Frente a esta interpretación arbitraria y tendenciosa de hechos que han sido objeto de estudio riguroso por parte de la Historia, cabe ahora preguntarse, desde el punto de vista de la crítica de cine -del fondo y de la forma-, si son justificables estas licencias artísticas que se permite el autor. Haremos las tres preguntas fundamentales que debe hacerse el crítico ante la película que ha de juzgar: ¿Cuál es la intención del autor? ¿Ha conseguido esa intención con su película? ¿Estaba justificando hacer ese filme? Cuando se hizo la primera pregunta a Scorsese, éste respondió que "era su manera de tratar de acercarse a Dios".
A la segunda pregunta acerca de si el autor ha conseguido esa intención, habrá que preguntárselo a él. Lo que definitivamente sí ha conseguido comercialmente --cómo también aquellos que se prestan a hacerle el juego-- es vender de nuevo a Cristo por 30 monedas.
Y en cuanto a la respuesta a la tercera pregunta estética de si estaba justificando hacer este filme, podemos decir lo siguiente: una obra de arte para que merezca ese título y logre cautivar el espíritu del hombre, tiene que respetar las reglas de juego de la necesaria unidad entre fondo y forma, como de hecho lo logró Franco Zefirelli en su film "Jesús de Nazaret", uniendo a la exquisita sensibilidad del artista, una impecable ambientación histórica y una magistral plasmación formal técnica por el argumento, por el valor dramático, por la imagen, composición, encuadres, ángulos de cámara, fotografía, color, montaje, sonido, ritmo narrativo e interpretación.
(*) Catedrática, UCR