Costa Rica como un destino ecológico es la marca de presentación de la industria turística en las campañas de promoción dirigidas a atraer visitantes.
Por tanto, la preservación del ambiente es fundamental no solamente para los intereses de este sector, sino también para los del país en su conjunto.
En relación con el turismo, unas de las críticas más frecuentes de los viajeros es la abundancia de basura en calles, aceras, lotes, ríos y cuanto espacio haya disponible para arrojarla.
Y tienen razón por cuanto la contradicción salta a la vista (y muy a menudo al olfato).
Un ejemplo del impacto negativo es la preocupación de vecinos y empresarios de la comunidad de playa Sámara, en Nicoya, por el vertido de aguas residuales y negras al mar, y la deficiente recolección de desechos sólidos.
La aprensión no es infundada; la pérdida del galardón Bandera Azul Ecológica -hace tres años- constituye una voz de alerta y representa una desventaja frente a otras opciones que el turista puede escoger.
En efecto, es una lástima que Sámara, con un vastísimo litoral, pueda correr la misma suerte que otros balnearios donde el descuido, la apatía y pésimo criterio comercial los ha relegado a un lugar muy secundario. Verbigracia, Playas del Coco, a no muy larga distancia.
Empero, tiene razón don Roberto Carrer, presidente de la Cámara de Turismo de Sámara, cuando dice que es posible revertir aquella situación y recuperar la Bandera Azul.
El ejemplo pueden verlo en la ciudad de Puntarenas, donde la organización comunal, municipal y del sector empresarial lo consiguieron.
En muchas otras partes del país -un caso es San Gerardo de Dota-, el desarrollo del turismo con respeto al ambiente demuestra, por una parte, que no existe incompatibilidad alguna y, además, que chinear a la naturaleza es un excelente negocio, desde cualquier óptica que se considere.
De no primar esta consideración, un criterio equivocado de progreso bien puede firmar la sentencia de muerte para una actividad que hoy es la primera fuente de generación de divisas.
Sámara y otros puntos de atracción turística deben, pues, poner en la balanza todos los intereses y evitar a tiempo dirigirse al despeñadero.
Es cuestión de no olvidar que el daño infligido a la naturaleza, esta lo cobra, y con intereses.