El presidente del Banco Central, Francisco de Paula Gutiérrez, vislumbró así este naciente 2003 para Costa Rica: “El tren de las oportunidades y del progreso no espera”. Se queda, en espera, un rato en la estación y, si no pasamos, con premura, del andén a ocupar un sitio en él, se nos va. ¿Cuántos trenes se nos han ido?
En el orden del espíritu o del aprovechamiento de las oportunidades para avanzar no vale responder mañana. Nos lo recuerda Lope de Vega, desde hace siglos, en la figura del Señor que pasa y, más allá, en los comienzos de la era cristiana, la parábola de las lámparas apagadas. Hay que estar preparados, valija en mano, para cuando pase el tren. Nuestros antepasados, con mucho menos recursos y con escasas oportunidades, supieron atisbar el tren y subirse en él. Su decisión y su audacia nos salvaron y nos enrumbaron. Sobrevino, sin embargo, la hora de la mezquindad política o de la política como mero juego electoral, y los trenes, uno tras otro, se nos fueron.
Algunos costarricenses visionarios, sin embargo, se atrevieron en el campo privado y en el público. En este, citemos, en los últimos años, a Intel, prueba palmaria de que, cuando se quiere, se puede, aun en medio de la pesada burocracia tica; el 6 por ciento del PIB para la educación, ambos en la administración Figueres; el proyecto de Red de Internet Avanzada, obra señera de Guy de Téramond, asaltada hoy por algunos trenes en retroceso, o, como símbolos, el curso lectivo de 200 días o el tenso esfuerzo de apertura comercial. Pasaron, sin embargo, los trenes de la reestructuración fiscal, de la infraestructura vial, de la reforma del Estado y otros decisivos, y los dejamos pasar. Cada tren desaprovechado significa una opción clara por el subdesarrollo. No avanzar es retroceder.
La falla ha sido política. Nos preocupa, por ello, como expresamos recientemente, el desfase entre la excelencia del equipo económico y la devaluación del equipo político asentado en la Presidencia de la República. Se ha identificado el consejo político oportuno con la sumisión o el halago. Así surgieron los desatinos sobre la Red de Internet Avanzada, la pesadilla de los 200 días o el cómico lenguaje de las tarjetas rojas y amarillas, del nepotismo o de las salidas graciosas para no enfrentar los hechos con responsabilidad. De aquí las dos principales críticas formuladas por más de un centenar de periodistas consultados a fin de año: falta de coherencia y de visión.
Es preciso, con todo, comenzar el año con ánimo y optimismo. Los errores cometidos, de pensamiento, visión y estilo, se pueden corregir. Un poco de humildad y de coraje no vendrían mal para que el parlamento y el Ejecutivo realicen su gran misión política: tomar los últimos trenes que nos faltan, después de haber perdido tantos. No es esta una alegoría. Es una decisión histórica.