El papa Benedicto XVI le rindió un servicio a la humanidad en su disertación –“Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones”– en el aula magna de la universidad de Ratisbona, la semana pasada. Las simplificaciones han estado, por supuesto, a la orden del día. Además, los sectores musulmanes han reaccionado, como expresó la Süddeutsche Zeitung, como “si quisieran confirmar que el islam es una religión agresiva y violenta”.
El Papa ha planteado un tema capital, a partir del diálogo entre el emperador bizantino Manuel II y un persa culto, en 1391: “no actuar según la razón (logos: palabra y razón) es actuar contra Dios”. En el fondo, se trata de la complementariedad entre razón y fe (fe bíblica y pensamiento griego), y, por consiguiente, de las enfermedades mortales de la religión y de la razón: el integrismo y el fundamentalismo, que engendran odio y violencia, y la separación de fe y razón, propia de occidente, que conduce al señorío absoluto de la razón positivista, ajena a las preguntas fundamentales del ser humano y de la vida, sobre nuestro origen y nuestro destino.
Así, el Papa, como su antecesor, invita al mundo al diálogo de las culturas y a encontrar el gran “logos”, esto es, la amplitud de la razón y su aplicación. En esta época de nihilismo, he aquí un desafío necesario y maravilloso. Este planteamiento, de la mejor alcurnia intelectual, es lo que ha estimulado a los mejores periódicos del mundo y a reputados intelectuales, ateos y creyentes, a saludar y agradecer esta disertación papal, no obstante sus riesgos políticos. Occidente no puede renegar de la libertad de expresión ni seguir viviendo en el chantaje, el miedo y la violencia.
El mensaje es universal: el papa Benedicto XVI y el emperador bizantino coinciden: “Actuar contra la razón es actuar contra la esencia de Dios”. Según el islam, “Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la razón”(“Ninguna constricción en las cosas de la fe”, dice la sura 2.256, o capítulo del Corán). “Aquí –dice el Papa– las vías se separan…y esta escisión representa hoy un desafío para nosotros”.
El Papa termina su disertación con una cita de Sócrates sobre el peligro de desdeñar las cuestiones esenciales sobre la verdad de la existencia, y sobre la “gran tarea universitaria” de redescubrir el gran logos, de la mano, sin miedo, de la fe. La racionalidad estrecha de occidente ha causado catástrofes y por ella precisamente está expuesta a los mayores sufrimientos. Así, el Papa ha situado el debate mundial en el sitial humano que le corresponde.