Dios nos ha dado tiempo suficiente para leer, todos los días, sin que nos cuenten el cuento, los reportajes de La Nación sobre el funcionamiento del Estado costarricense. Sí, costarricense, este, el nuestro, el más que secular, que tantas bienandanzas nos ha proporcionado y tantos quebrantos, ¡ay dolor!, en estas décadas, de paz, pero también de un saqueo interminable.
Y no estamos exagerando. Sencillamente, nos atenemos a los números, estampados en este periódico, para no citar otros medios de comunicación que han documentado también trastadas, pillerías, descalabros y gollerías sin fin. Corresponde a los especialistas ahondar en las causas, siempre que no nos vengan con la fábula o ficción artificiosa de que nosotros los ticos, pobrecitos, hemos sido víctimas de una conspiración de los poderosos, antes el comunismo y, ahora, el neoliberalismo, liderado por los EE. UU. que, en un gobierno nacional anterior, mancilló nuestra soberanía regalándonos, tras el descalabro de otro, $1.000.000 por día para salir a flote. Y, por cierto, comenzamos con esta plática y el esfuerzo interno a ver el sol. Maduremos, liberémonos del infantilismo intelectual y de la paranoia ideológica, y miremos los hechos de frente, el primer escalón para curarnos.
Pues bien, refinamientos intelectuales aparte, citemos un hecho sorprendente. Midamos y pesemos la caterva de actos de corrupción y, más que todo, el desmadre de la gestión pública en los últimos años en nuestro país, y preguntémonos qué pasó con esa arma eficaz y poderosa en los países maduros y democráticos, llamada control político de la Asamblea Legislativa. ¿Cómo es que tantos diputados en tanto tiempo no se dieron cuenta, ni por asomo, de tanto desastre en las instituciones públicas? ¡Ah, si hubieran formulado, con constancia y malicia, nada más algunas preguntas elementales!
Recordamos el ardor retórico de algunos diputados patriotas cuando algún guardacosta gringo pedía permiso para comprar gasolina en alguno de nuestros destartalados puertos y colaborar con el país en el combate contra el narcotráfico. ¡Era la invasión! ¡Ah, qué discursos, qué catilinarias! Y ¿cúanta logomaquia en asuntos banales, en una Asamblea Legislativa bloqueada, mientras el rancho del Estado ardía por los cuatro costados! ¡Qué gran país seríamos si la lengua caminara de la mano de la razón y del interés público, frente al desafío inevitable de la realidad nacional, la de todos los días, la visible y la invisible, no la que se inventan algunos para su disfrute personal!
Y así, como la historia, va pasando el tren…