Prefieren ser supervisores de nubes. ¿Habrá labor más ímproba y compleja que supervisar el movimiento y las volutas de las nubes, atisbar la celeridad con que se forman y, de inmediato, se deshacen, o sufrir el dolor de su desaparición por el ímpetu de la lluvia o la lobreguez de la noche? Solamente los dirigentes del sindicato de Japdeva, y otros de igual linaje, saben armonizar existencialmente las citas de Gómez de la Serna y de Óscar Wilde.
Existe un grupo de especímenes, convertidos en números en los anaqueles públicos y en los sistemas de cómputo, denominado contribuyentes. Se trata de un grupo de rostro vagaroso, impersonal, solamente personalizado a la hora de pagar. Paga y desaparece para seguir sufriendo la agresión del Estado, la de los zánganos sociales, la de los corruptos, los populistas y los pésimos administradores de la cosa pública.
Deentro de este contingente social se encuentran los productores y los trabajadores, de todo color y pelambre, que pagan impuestos. Estos deberían ser los mimados del Estado, simplificando las disposiciones tributarias y facilitando la forma de pago, mas ocurre lo contrario. Hay dos condiciones primarias para que funcione una democracia: el voto y la honradez tributaria. El voto es simple. Todo lo relacionado con impuestos, por el contrario, es, en nuestros países, una auténtica tortura.
A esta locura estatal se agrega otra: la impunidad de los supervisores de nubes, financiados por los contribuyentes, esto es, por los productores y los trabajadores. Su diversión es entorpecer el trabajo y la producción, las reformas innovadoras, la apertura y la competencia, y que el país progrese. Los hay en Japdeva y en otras instituciones, y cuentan, además, con protectores en partidos políticos, en universidades públicas y en ciertos medios de comunicación.
Costa Rica perdió en Limón, en dos días, millones de dólares por los supervisores de nubes, mirando al cielo desde una hamaca…