Algunas personas creen que las víctimas soportan los golpes y el abuso porque “son hijas del maltrato” y solo entienden “a empujones”.
Otras suponen que el respeto y la autoridad se deben imponer a la fuerza, y hay incluso quien no considera que su esposo o compañero sea violento, sino que se pone así sólo cuando bebe demasiado.
La cuestión no es tan sencilla. Si observamos la otra cara del asunto, podríamos asegurar que muchas personas beben, y hasta padecen alcoholismo, pero no maltratan a nadie; o que hay niños y niñas muy bien educados y obedientes que nunca recibieron un grito o una nalgada de sus padres.
La confusión parte de desconocer que la violencia se genera siempre por un desequilibrio de poder: el que se siente más fuerte o superior controla, se impone, descalifica, abusa, menosprecia e intenta dominar a la persona más débil, con el uso de la fuerza si es necesario.
No es sólo un fenómeno poco reconocido entre ticos y ticas; también se acompaña de mitos y prejuicios que tienden a convertirlo en un hecho natural y cotidiano.
Catalizador. Es falsa la creencia de que el licor genera violencia. Más que causarla, la acrecienta, influye negativamente porque acelera ese proceso. El alcohol es lo que los especialistas llaman un “factor catalizador”. La persona que toma y es violenta se desinhibe cuando bebe, se desata, actúa mucho más espontáneamente y menos contenida cuando está bajo los efectos del alcohol.
Tampoco es cierto el criterio, a veces muy generalizado, de que ese fenómeno se asocie solo a personas de bajo nivel cultural, escasa instrucción, de “barrios malos” y marginales, donde son comunes y frecuentes el hacinamiento y la convivencia múltiple.
La violencia no depende del nivel cultural, la edad, el estrato social o el color de la piel. Puede que, de acuerdo al contexto, cambien sus expresiones y en unos espacios sea más visible que en otros. Por el contrario, la vida y los estudios confirman que entre profesionales también ocurren actos violentos, de todo tipo, solo que entre esas personas es menos visible y se calla más, por temor a la exposición pública y por vergüenza. Quizás por eso es a veces más difícil detectarla, reconocerla y actuar contra ella.