La celebración, esta semana, del centenario del nacimiento de don Pepe se convirtió en homenaje nacional y, a la vez, en oportuno motivo de reflexión sobre su obra, sus ideales, sus ideas motrices y matrices, así como en una de las características de su personalidad y de su histórico papel político: su pasión por el estudio, por las ideas, y su liderazgo y talento para encarnarlas en hechos. No siempre, en un líder político, se combinan ambas dimensiones humanas.
En una hora dramática para Costa Rica don Pepe estuvo presente y actuó. Su legado de pensamiento y de obras, con sus pecados y con sus egregias virtudes, que los sobrepasan, forma parte de nuestra historia espiritual y política. La conmemoración de la efeméride de su natalicio nos ha servido, asimismo, para pasar revista en el recuerdo a otros grandes de nuestra historia y que, conforme se van alejando en el tiempo, se van borrando, lamentablemente, de la memoria colectiva. Este vacío, que documentan las aulas y la experiencia diaria, se debe colmar con rigurosidad, visión de conjunto y sabiduría, en bien de nuestro pueblo, sobre todo de la niñez y de la juventud, tan expuesta a los “modelos” que les brinda la sociedad del espectáculo.
Es explicable que, ante la figura de un personaje de la talla de don Pepe, muerto hace 16 años, diferentes grupos y personas, como ocurrió, interpreten su obra y sus ideas a tono con su propia visión del mundo y del país, de sus intereses o de sus emociones, de sus cálculos políticos, de sus estudios, ideología, cultura o de su preocupación por el futuro de Costa Rica. Es inevitable. La tentación de la manipulación, y hasta de la apropiación, ronda la vida y, sobre todo, la muerte de los líderes, acosados, además, como pocos, por la comezón del odio, la envidia, la mezquindad o la indiferencia. Frente a la grandeza y la pequeñez humana la historia tiene, por ello, un cometido formativo sobresaliente.
La celebración del centenario del nacimiento de don Pepe nos deja, entre muchas, dos enseñanzas inmediatas. Una, la citada, a cargo de los historiadores, los estudiosos de la realidad nacional, los educadores y los políticos: el rescate y lozanía de la memoria colectiva sobre los grandes hombres y mujeres que han contribuido a forjar nuestra patria. Esta labor no ha cesado, pero debe intensificarse y trasladarse a las familias y a las aulas. La otra lección dimana de la vida de don Pepe y de muchos otros que lo antecedieron: la tríada de la visión, la primacía del bienestar de la gente y la determinación en horas decisivas para nuestro país, contra su antítesis: el aldeanismo, el miedo al cambio, la mediocridad o la falta de carácter para culminar la marcha.
Diversas publicaciones e investigaciones, nacionales e internacionales, han coincidido en señalar la dificultad, en nuestro país, del tránsito del diagnóstico y de las propuestas a su realización concreta, a su ejecución, como una de las causas principales del estancamiento del país. Por esta indeterminación Costa Rica, con espléndidos atestados, labrados a lo largo de nuestra historia, para dar el salto hacia el desarrollo, ha perdido incontables oportunidades, y la inacción se ha colmado con escaramuzas políticas y escarceos ideológicos anacrónicos, que han desviado la atención del país de sus más sensibles problemas que, sin dilación, se deben resolver y atacar con sentido de unidad. Esta actitud intrépida constituye el mejor homenaje a quienes, en el pasado, vieron a tiempo y que, con determinación y mente abierta, acometieron la gran empresa de las grandes reformas.