El pasado 1 de mayo, Luis Fernando Mendoza pasó de ser un parlamentario cuya existencia desconocía la gran mayoría de los ciudadanos, a Presidente de la Asamblea Legislativa. Momentos después de su elección, se estrenó en el cargo con una precisión sui generis :
“En el caso de las uniones de personas con un mismo sexo, tengo una gran cantidad de amigos que son... eh... que tienen... eh... eh... que me han pedido muy frecuentemente mi posición con respecto a esos temas y yo diré que en su momento pues tomaré las decisiones, pero sí escuchando las opiniones de todos, para a final de cuentas tomar una decisión, tal vez la más adecuada”.
Meses después, parece que el súbito cambio del cuasi anonimato a la celebridad no le ha sentado del todo bien. “ No es posible. Alzo la voz, y les pido a todos los diputados y a todos los que estamos metidos en política y nos sentimos orgullosos de eso, que levantemos la voz para que ya, desde este momento, comiencen a respetarnos, comencemos a darnos la posición que los políticos mantenemos y ejercemos en este país por el bien de los costarricenses”, dijo en alusión a una publicación de este diario, según la cual Mendoza estudia un alza salarial a favor de los funcionarios del Departamento de Servicios Técnicos del Parlamento, con la cual él podría verse beneficiado.
¿Por dónde empezar? Si don Luis Fernando Mendoza recordara las lecciones de educación cívica de la escuela primaria, quizá el golpe no hubiese sido tan duro. Hay que ver hasta dónde hemos llegado: el presidente de la Asamblea Legislativa, máxima instancia de representación popular, no se ha enterado de que su mandato consiste precisamente en rendirle cuentas al pueblo. No ha entendido que, como funcionario y representante del soberano, todas sus actuaciones están sometidas al escrutinio público. Estamos tan mal, que hay que explicarle al Presidente de la Asamblea Legislativa cómo funciona una democracia, y que, en un Estado de derecho que protege la libertad de expresión, la crítica –que el diputado confunde con el “irrespeto”—es parte consustancial de la vida política.
Bien lo dijo el director el Programa Estado de la Nación, Miguel Gutiérrez Saxe: “Quien no se quiere someter al escrutinio, que no se meta en política”. Pero de esta lección podemos extraer otra, elemental: quienes no quieren que se metan en política los que no están dispuestos a someterse al examen público, que no voten por ellos. Si la clase política siente hoy que no le corresponde rendir cuentas, es porque lo hemos permitido.