En unas recientes declaraciones, Claudio Lembo, gobernador del estado de São Paulo y cercano aliado del principal candidato opositor brasileño, Gerardo Alckim, planteó un pronóstico desalentador: “Es muy difícil una victoria de la oposición… la ventaja de Lula es demasiado grande y hace falta un episodio realmente inusitado para reducirla”. Como trasfondo de esta afirmación, los datos de una encuesta divulgada días antes por la empresa Sensus otorgaron al actual presidente, Luis Inácio Lula da Silva, y su centroizquierdista Partido del Trabajo (PT), una intención de voto del 51,4%, contra apenas un 19,6% para Alckim, del Partido Socialdemócrata Brasileño (PSDB), su más cercano contendiente. A una distancia aún mayor se encuentra Heloísa de Morales Cavalho, de la izquierda dura, agrupada en la coalición P-SOL.
El “episodio inusitado” al que se refirió Lembo se produjo ya hace muchos meses: un serio escándalo de corrupción que puso en la picota al PT y a varios de sus diputados y ministros, pero del que Lula se libró airosamente. Por esto, las elecciones del 1.° de octubre se definirán alrededor de otros temas del ejercicio gubernamental, especialmente de índole económica, social y laboral. Y aquí el Presidente puede mostrar logros que, prácticamente, aseguran su reelección.
Cuando ocuparon el poder en enero del 2003, Lula y el PT eran, hasta cierto punto, un territorio inexplorado. Nunca habían ejercido el gobierno y tenían una tradición de intensas luchas sociales, con un discurso fuertemente izquierdista, teñido de matices populistas. Su administración, sin embargo, tomó de inmediato el camino de la responsabilidad, el realismo y el pragmatismo. En lo inmediato, asumieron un costo político importante, sobre todo de cara a los sectores más fanáticos de su partido. Sin embargo, hoy los buenos resultados están a la vista y son el motor que impulsa las sólidas preferencias del electorado.
La estrategia de Lula y el PT consistió, en lo esencial, en mantener las grandes orientaciones de la administración precedente, encabezada durante ocho años por Fernando Herique Cardoso, del PSDB: responsabilidad fiscal, control de la inflación, reducción de la deuda pública y reglas del juego claras para los actores económicos. A esto se añadió una reorientación de la política social, con ayudas directas a las familias más pobres, encaminadas, sobre todo, a fomentar el envío de sus hijos al sistema educativo.
El nuevo Gobierno introdujo algunas variantes en estos lineamientos. Sin embargo, no vaciló en mantener –y hasta aumentar– la disciplina macroeconómica, junto a una activa política de penetración de mercados, a ratos mal orientada en la búsqueda de socios, pero que se ha nutrido, sobre todo, del crecimiento de la demanda mundial para una serie de productos agrícolas, mineros e industriales en los que Brasil es altamente eficiente. Como resultado de lo anterior, la inflación está bajo control, el país se ha convertido en un deudor privilegiado de los organismos financieros internacionales, los tipos de interés han comenzado a bajar, el desempleo se ha reducido y la pobreza ha mantenido su tendencia decreciente, iniciada desde la época de Cardoso.
Lula incluso logró implantar algunas reformas estructurales importantes, en especial a los onerosos sistemas de pensiones, y consolidó la independencia operativa del Banco Central. Sin embargo, están pendientes otras más, sobre todo en materia fiscal y de inversión pública, que probablemente podrá impulsar al inicio de un eventual segundo término.
Estamos, pues, ante un claro ejemplo de un partido, un dirigente y un Gobierno que, sin renunciar a sus aspiraciones sociales, han sabido canalizarlas en el marco de la responsabilidad y el realismo, algo muy distinto al populismo desbocado o a los mensajes confrontativos de otros políticos del continente. Además, el electorado lo ha entendido, lo cual prueba que la responsabilidad sí puede ser políticamente explotable. He aquí una inspiración de la que deberían nutrirse algunos de nuestros dirigentes sociales y políticos, sumergidos aún en los viejos conceptos y en una dicotomía entre lo económico y lo social que, en realidad, no existe.