Hace algunos años, en mi niñez, el 25 de diciembre las plazas se colmaban de pequeños que desde horas muy tempranas y, sin importar el clima, íbamos a estrenar las bolas que el Niño Dios nos había traído o que los padres nos habían obsequiado.
Ese día éramos tantos los que íbamos a jugar que había que improvisar "minimejengas" simultáneas. Las plazas se llenaban al tope y -en medio de un ensordecedor griterío- se disputaban apasionados "partidos". Ese día había que mañanear para encontrar un campo en la cancha de futbol porque, de lo contrario, había que esperar varias horas para que se desocupara algún espacio o irse a buscar otra plaza cercana.
Prohibido para los niños. Esta Navidad las canchas de futbol estaban vacías, y continúan vacías. Esta situación se debe a que, desde hace varios años, esos campos están cercados por altas mallas de alambre que impiden a los niños y a los adultos ingresar libremente a mejenguear. La única forma de hacerlo es pagando por el uso o perteneciendo a un equipo de futbol ya que solo se alquilan para partidos formales, de manera tal que desde hace mucho tiempo las famosas mejengas fueron clausuradas para la mayoría de los fiebres que a la salida de la escuela o del colegio, o los fines de semana, encontrábamos muchos espacios donde jugar.
En su mayoría, estas canchas están actualmente bajo la administración de asociaciones de Desarrollo Comunal y, a pesar de ser zonas de recreo públicas, son administradas como privadas. Creo que la razón del cambio tuvo la intención -en un principio- de cuidar el césped que se dañaba con las mejengas, pero hoy es un negocio lucrativo para estas asociaciones que, irónicamente, fueron ideadas sin ese fin.
Canchas y cárceles. No es difícil averiguar el negativo costo social que ha tenido este cambio en los últimos años. Muchos podríamos atestiguar que, cuando fuimos niños, esos sitios de recreo y deporte nos mantuvieron alejados de los vicios y de las drogas. Hoy, al escasear las plazas públicas sin mallas, los niños prefieren aislarse en sus casas con los juegos de video o, lo que es peor, muchos, desde edades muy tempranas, consumen licor y drogas.
Es obligación del Gobierno velar por el bienestar de sus ciudadanos, por lo que ha sido una irresponsabilidad la tolerancia mostrada en los últimos años al permitir que se enrejen las canchas de futbol públicas como si fueran propiedades privadas, con lo que se impidien así a muchas personas el derecho a recrearse y gozar de buena salud. Deberían disponerse ciertas horas para que cualquiera ingrese a una plaza a mejenguear, y retornar así a aquellas épocas cuando las canchas de futbol estaban siempre llenas de niños y jóvenes, y las cárceles más vacías.