Un grupo de científicos se ha preguntado: desde el punto de vista evolutivo, ¿para qué le sirve a una persona ayudar a los demás? Si la mente humana evolucionó fundamentalmente para optimizar las capacidades de supervivencia del individuo , nos dicen, ¿cuál es, entonces, la utilidad evolutiva del altruismo y la generosidad? Para dar respuesta a esta pregunta, los especialistas incursionaron en el estudio de “la mente magnánima”, considerada hoy uno de los rasgos distintivos de la naturaleza humana y uno de los elementos más recientes de la evolución del cerebro que compartimos como especie.
Al plantearse la pesquisa, los científicos no dan nada por descontado. Una de las hipótesis que siempre surgen al respecto es que, cuando ayudamos a alguien, es normal esperar que la persona nos devuelva el favor. Es decir que, al ayudar, tenemos la expectativa de recibir a cambio un beneficio futuro. La explicación “transaccional” de esta maravillosa característica humana los deja, sin embargo, insatisfechos. Lo que es más, no resulta válida, ya que, según concluyen, en la mayoría de los casos, el altruismo no puede explicarse en términos de la reciprocidad puesto que las personas a las que ayudamos en estos casos son casi siempre anónimas. ¿Por qué hacemos, entonces, contribuciones a personas desconocidas o a causas sociales fuera del ámbito de nuestro involucramiento directo?
Orígenes del altruismo. Indagando las bases de esta característica es posible pensar que su origen está en la educación, los valores o la cultura. Esta podría ser, sin duda, una de las hipótesis más generalizadas. Sin embargo, el grupo de científicos que se dedica a realizar estos estudios optó más bien por plantear su investigación desde la perspectiva neurológica y encontró pistas inesperadas.
En un artículo publicado en The Economist (“Altruism,” 14/10/2006) a propósito de estas investigaciones, se señala cómo, gracias a las técnicas de visualización de las funciones cerebrales por medio de la resonancia magnética, los científicos lograron “asomarse” al cerebro precisamente cuando una persona está tomando decisiones generosas o realizando donaciones de bienes o de dinero. El estudio detectó que hay áreas específicas que se activan precisamente en el momento en que se produce la contribución. Lo que es más, hay zonas que se “encienden” justo cuando una persona se involucra en actividades altruistas. ¡Eureka!
De esta forma fue posible comprobar que la conducta altruista tiene su origen en la corteza cerebral, es decir en la capa externa del cerebro donde se ubican las funciones cognitivas más evolucionadas del ser humano. Allí residen la conciencia y la capacidad de tomar decisiones. No es de extrañar que estas zonas estén involucradas en los procesos de donación o en las acciones generosas. Decidir “qué dar” o “a quién dar” plantea irremediablemente disyuntivas, dudas y consideraciones que exigen la activación de facultades cognitivas especializadas que residen precisamente en esta parte del cerebro.
Sin embargo, hay aún más. El altruismo y la generosidad tienen una correlación directa con el gozo y el placer. ¿No es sorprendente? Los científicos lograron observar que la realización de actividades desinteresadas y la concesión de donaciones activa también la zona donde se producen las gratificaciones y el placer que nos producen, por ejemplo, la comida o el sexo. Este interesante descubrimiento explica por qué muchas personas reportan que cuando hacen donaciones o cuando se involucran en actividades altruistas sienten una especie de destello o sensación cálida que les recorre el cuerpo y les anima el espíritu ( http://www.neuroscience-rio.org/research22 ). Es decir, ser generoso produce gozo y emoción… El Dr. Jordan Grafman, uno de los investigadores principales de estos estudios, lo expresa de la siguiente manera: “Usted da con el corazón, y esta acción le produce una satisfacción en el cerebro”.
Generosidad y empatía. Como si fuera poco, este grupo de científicos ha encontrado que la generosidad está vinculada, también, con la empatía y el establecimiento de vínculos entre las personas. De ahí que la relación interpersonal represente un papel esencial como facilitador del altruismo y constituya un elemento crítico para hacer posible que otros contribuyan a causas que nos interesan. De hecho, múltiples investigaciones han logrado demostrar que existe una correlación entre la generosidad y la presencia de la “oxitocina,” una hormona que aumenta la confianza y la cooperación y que suele estar relacionada con el nexo entre los enamorados y la fuerte relación filial que se da entre la madre y el hijo.
Los estudios aquí referidos los impulsan investigadores del Área de Neurociencia Cognitiva del Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos, bajo el liderazgo del Dr. Grafman y con la colaboración otros especialistas de Inglaterra y Brasil ( http: //www. ncbi.nlm.nih.gov ). Estos científicos se han puesto tras la pista del nexo que existe entre los conceptos sociales como la generosidad y la base neurológica de la intricada arquitectura cognitiva y conductual de los seres humanos. ¡Menuda tarea!
Ellos confiesan estar solo al principio del camino, aunque sus primeras pistas muestran cuán complejos y multidimensionales son estos procesos. Aun en tan temprana etapa, estas revelaciones sacuden nuestras concepciones y nos obligan a repensar los delicados vínculos que irremediablemente existen entre lo educativo y lo cultural, lo genético y lo orgánico.