¿Qué pasaría si Ecuador tuviera moneda propia? O mejor dicho, ¿qué sucedería si Rafael Correa tuviera la posibilidad de imprimir dinero para financiar el gran agujero presupuestario de su gobierno? La interrogante es oportuna ya que pone de relieve un enorme beneficio que brinda la dolarización a países con una triste historia de irresponsabilidad fiscal (toc, toc).
Tras su llegada al poder en enero del 2007, y aprovechando el vertiginoso aumento del precio del petróleo –que llegó a representar más de una quinta parte de los ingresos totales del gobierno–, Correa expandió significativamente el gasto público, que pasó del 21,2% al 44% del PIB en el período 2006-2014. Si bien hubo inversiones importantes en infraestructura, el grueso de las erogaciones se fue en subsidios y aumento de la burocracia.
Ante tal inyección de liquidez, la economía creció y los ingresos –particularmente de la clase media– también aumentaron. Esto le dio margen a Correa para adoptar políticas antimercado: a diferencia de sus vecinos, Ecuador no negoció TLC con otras naciones, amenazó con invalidar más de 20 tratados de protección de inversiones y se negó a pagar parte de su deuda externa. Todo esto, aunado a la retórica socialista del gobierno, ahuyentó al capital: Ecuador es el país que menos inversión extranjera atrae en América Latina.
Pero si el gobierno ya incurría en déficit fiscales crecientes cuando el barril de petróleo estaba por encima de los $100, ahora la situación se ha vuelto crítica. Correa ha recurrido a repetidos aumentos de impuestos, endeudamiento externo y recortes en inversión pública. Aun así, el faltante presupuestario programado para este año es de 6,2% del PIB.
Según el FMI, la economía se va a contraer en un 4,5% este año. Pero, a diferencia de Venezuela, donde ocurrió un ciclo populista similar, el gobierno no puede pedirle al Banco Central que imprima dinero para financiarse, ya que el país se dolarizó en el 2000. Por eso, mientras que en Venezuela la inflación interanual es del 487,6% –con el resultante desastre de escasez generalizada que han acarreado los controles de precios– en Ecuador es apenas un 1,6%.
Obviamente, la dolarización no ha sido una pomada canaria para Ecuador –nada en esta vida lo es–, pero ha traído estabilidad y ha blindado a la economía contra los excesos del populismo. No es casualidad que, quince años después de haberse implementado, una encuesta encontró que el 85% de los ecuatorianos la respalda.