Parafraseando a Woody Allen, EE. UU. está en una encrucijada. “Un camino conduce a la desespe-ranza y la desazón absoluta. El otro a la extinción total”. Hiperbólico, sí. Pero así es como se sienten millones de estadounidenses sobre la elección que deben tomar mañana entre los dos candidatos más impopulares desde que hay mediciones.
La campaña del 2016 ha venido a latinoamericanizar –para mal– a la política estadounidense. Por un lado, el Partido Demócrata ha nominado a una ex primera dama cuyo paso propio por la función pública ha estado marcado por serios cuestionamientos éticos e irregularidades, al punto que está siendo investigada por el FBI. Sin embargo, los republicanos no se quedaron atrás al decantarse por un populista demagogo sin experiencia política alguna que gusta hacer gala de su misoginia, xenofobia y autoritarismo.
Si la elección fuera un referéndum sobre Hillary Clinton o Donald Trump, ambos perderían por goleada. De ahí que más que destacar virtudes propias, los candidatos se dedicaron a magnificar los defectos del rival. Como resultado, hemos atestiguado una de las campañas políticas más sucias de las que se tenga memoria en EE. UU. En buena hora que llega a su fin.
Pero más allá de los serios defectos de Clinton y de las múltiples discrepancias que uno pueda tener con sus políticas, ella no representa una amenaza para la democracia estadounidense y la estabilidad mundial. Trump sí lo es. Desde sus insultos a los inmigrantes mexicanos, sus aparentes ataques sexuales contra mujeres –y denigrantes comentarios hacia ellas–, su confesa admiración por el autoritario Vladimir Putin, su promesa de torturar y asesinar a los familiares de sospechosos de terrorismo o sus no muy disimuladas incitaciones al odio racial y religioso, no estamos aquí ante simple desavenencias de política pública. Estamos ante un sociópata.
Trump ha apelado a los peores espíritus de un sector del electorado estadounidense, que si bien se siente defraudado por su clase política, también resiente lo que percibe como la pérdida gradual de su país ante la globalización y los cambios demográficos y culturales. Y están muy enojados por esto.
Dudo que Trump vaya a ganar, pero, lamentablemente, existe la posibilidad de que tras esta elección las fuerzas que impulsaron su candidatura (el nacionalismo, el nativismo y la xenofobia) dejen el ostracismo en el que se encontraban y se conviertan en una corriente política consolidada en EE. UU.