El 10 de noviembre de 1942, Winston Churchill se dirigió a su nación con buenas noticias: los británicos habían ganado la batalla de El Alamein –la primera gran ofensiva aliada contra los alemanes–. Aun así, el premier apeló a la cautela cuando advirtió que ese no era el final de la guerra: “Ni siquiera es el principio del fin”, dijo. “Puede ser, quizá, el final del principio”.
Bien haríamos en aplicar la prudencia de Churchill al analizar el apabullante triunfo opositor en Venezuela. Porque aun cuando podríamos pensar que este marca el principio del fin del chavismo, no debemos obviar que estamos ante un régimen autoritario, liderado por una pandilla sin escrúpulos, que no renunciará al poder de buenas a primeras. Más bien, hay razones para creer que se vienen días muy aciagos.
Así lo augura la retórica de Nicolás Maduro. El tono sereno con el que inicialmente admitió la derrota mutó rápidamente en hostilidad y vituperios. Es ingenuo pensar que tras gobernar con mano dura, encarcelando a opositores, censurando medios y amedrentando a la sociedad civil, el “hijo de Chávez” desempolvará a Montesquieu y descubrirá las virtudes de la separación de poderes en una democracia.
El chavismo no solo se trata de un proyecto político, sino también de una empresa criminal. A la enorme corrupción producto del saqueo sistemático de PDVSA y de la manipulación de los controles cambiarios –Venezuela es la nación más corrupta de América Latina, según Transparencia Internacional– se suman las revelaciones de que el país se ha convertido en un narco-Estado.
Dos sobrinos de Maduro fueron apresados por EE. UU. –con pasaportes diplomáticos– por intentar traficar 800 kilos de cocaína. Diosdado Cabello, el número dos del régimen, es el presunto líder del denominado Cartel de los Soles. De tal forma que para el liderazgo chavista, la alternativa al poder no es el retiro en una hacienda, sino una prisión de máxima seguridad.
La mayoría calificada que logró la oposición en la Asamblea Nacional le otorga en el papel amplias atribuciones. Sin embargo, el chavismo sigue en firme control del decisivo Poder Judicial. Una investigación reciente documenta cómo de las más de 45.000 sentencias emitidas desde el 2005, el Tribunal Supremo de Justicia nunca ha fallado contra el Ejecutivo.
El chavismo apostará al recrudecimiento de su empobrecedora revolución. Lamentablemente, a Venezuela le queda un tortuoso camino para poder despertar de esta pesadilla.
Juan Carlos Hidalgo es analista sobre América Latina en el Cato Institute con sede en Washington. Cuenta con un BA en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y una maestría en Comercio y Política Pública Internacional del George Mason University.