Deseo hacer una pausa en mis comentarios económicos, políticos o de otros géneros para referirme a un tema que he venido masticando durante muchos meses: el verdadero sentido de una columna –esta columna– de opinión.
¿Por qué se ofenden algunos lectores cuando uno no piensa como ellos y, solícitos, destilan lo más ácido de sus entrañas, o, más bien, se regocijan y desbordan frases corteses y, a veces, lisonjeras, si hay concordancia en los planteamientos? ¿Tiene sentido el periodismo de opinión en esta era interactiva de la Internet? Eso me intriga. Voy a tratar de responder apelando a la visión de grandes periodistas de otros medios internacionales de comunicación.
Anthony Zurcher, director de Echo Chambers , afirma que el debate siempre estará en el corazón del periodismo de opinión. Bajo esa óptica, le planteó una crucial interrogante a Kate Riley, directora de opinión del Seattle Times , un periódico de avanzada en ese género: ¿ha sido la facilidad con que el ciudadano común opina en los diarios una bendición o maldición para el periodismo de opinión? Ella admite que ha sido una bendición y sufrimiento. “Unos aportan al debate, pero otros lanzan lodo. Y eso es malo para todos”.
Stephen J. A. Ward sostiene que cada columnista (y lector, agregaría yo) tiene derecho de abogar por sus ideas en la forma más extrema, incluyendo ideología e inclinación partidaria, pero solo el periodismo deliberativo, basado en investigación y análisis, hará un buen servicio. Algunos de nosotros hemos incurrido en sesgos que, en retrospectiva, no deberían haber estado ahí ( mea culpa ), y otros lectores se han dejado llevar por sus emociones, faltando, también, al deber de investigar. Recuerdo que, cuando predije estabilidad cambiaria en el segundo semestre, uno de ellos osó decir: “Si Guardia predice estabilidad, hay que correr a comprar dólares”. No voy a mencionar su nombre para no lastimarlo, como él hizo conmigo.
Y esto me lleva a una pregunta crucial, puesta por la periodista Juliet Jacques ( freelance ): ¿de qué vale mi opinión –o la de otros columnistas–, si, en Twitter, cada cual tiene la suya? Ella no responde. Sostiene que Twitter ha revolucionado el mundo de opinión, al punto de volverlo incontrolable. Yo creo que sí debemos responder. Tras sufrir la hostilidad verbal destilada por algunos críticos, pienso que vale la pena mantenerse “En guardia”. El consuelo, o recompensa, estriba en pensar que somos pequeños tornillos o, con suerte, arandelas de presión de un andamiaje más grande y profundo como es la democracia, crisol de diferencias y concordancias.
Pero, sin ustedes, nuestra labor siempre será inconclusa (aunque nos den palo).