¿Hay que tolerar la intolerancia? Las imágenes repulsivas de neonazis en EE. UU. blandiendo esvásticas y profiriendo eslóganes racistas y antisemitas ha renovado un debate que también tiene ramificaciones en Costa Rica.
Para muchos, la máxima a seguir la planteó Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos (1945): “Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes (...) el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia (…). Debemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes”.
Muchos infieren aquí un llamado a proscribir y censurar a quienes promuevan el odio y la intolerancia –o sean percibidos como tales–. Pero esa sería una lectura incorrecta de Popper, quien en el mismo párrafo aclara: “Con este planteamiento no queremos decir, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente”.
Popper concibe al uso de la fuerza como un recurso de última instancia contra la intolerancia. Sus armas para derrotar a los extremismos son el debate y el enfrentamiento de ideas. Esta es una aclaración oportuna ya que una mala interpretación de Popper abre las puertas para justificar la intolerancia de los tolerantes.
En setiembre, un par de autores argentinos presentará en la UNA un libro sobre “ideología de género” y “marxismo cultural”, eufemismos empleados por los conservadores para oponerse al feminismo y la igualdad de derechos de la comunidad LGBTI. La Feuna, arguyendo que se trata de un “discurso de odio y misógino”, ha anunciado que no permitirá la realización de la actividad.
La libertad de expresión contempla la protección no solo de las ideas que nos agradan, sino también de aquellas que encontramos repugnantes. Al buscar prohibir la actividad, quienes dicen defender la tolerancia y la diversidad terminan siendo agentes de intolerancia. Peor aún, convierten a los otros en víctimas.
Los autores de marras –y su mensaje– han ganado notoriedad en la región precisamente por las múltiples instancias en que han pretendido censurarlos. La Feuna debería invitarlos a debatir. Callarlos, como advirtiera Popper, no solo sería incorrecto, sino también contraproducente.