Confieso que tenía otra columna escrita, pero ayer, al escuchar la improvisada conferencia de prensa del presidente Trump de los Estados Unidos, cambié de opinión.
Como muchos saben, el fin de semana pasado, grupos neonazis, antisemitas y racistas de ese país efectuaron una manifestación conjunta en una pequeña ciudad. Hubo desfiles con antorchas, banderas nazis, símbolos del Ku Klux Klan y la cosa terminó en graves incidentes y una mujer asesinada. Un aquelarre que mucho golpeó la conciencia de esa nación, pues es la primera vez que los fascistas, unidos, sacaban pecho públicamente.
La gran mayoría de los estadounidenses, de todos los partidos, esperaba que el presidente condenara los actos. No solo no lo hizo, sino que, luego de un largo período de trastabilleos, improvisó (cuatro días después) una rueda de prensa en la que el hombre se rajó como calzoncillo de manta.
La indignación ha sido generalizada y desde casi todos los lados. Solo los extremistas quedaron contentos y alabaron a Trump.
Nunca creí que el presidente del país que contribuyó decisivamente a derrotar a los nazis saliera a defender como gato panza arriba a los promotores del odio. Me golpeó su intento por crear una equivalencia moral entre estos grupos y aquellos que se les oponen y, sobre todo, por el uso de la narrativa del supremacismo blanco para justificar sus acciones.
Vi a un presidente ofuscado y desarticulado, enzarzado en un pleito callejero. En vez de sanar las divisiones políticas de su país, las profundiza.
Políticamente, sus actos se oponen a su sobrevivencia. En vez de moverse al centro político y moral de su sociedad, Trump se alinea con una derecha ultramontana que hasta el resto de los conservadores rechazan. Apuesta a consolidar una base política muy beligerante, pero cada vez más pequeña.
En los últimos días, Trump se ha peleado con el líder de su partido en el Senado y con su ministro de Justicia, se ha metido en una guerra de palabras con el dictador norcoreano que ha encendido las alarmas de Japón, Corea del Sur y China, ha dado un regalo a la dictadura venezolana al no descartar una invasión militar en ese país, empuja a Irán a romper el acuerdo nuclear y, finalmente, a cada rato contradice a su propio gabinete. Y la lista no es completa.
Trump es un trompo fuera de control. No imagino 4 u 8 años de su presidencia sin graves consecuencias para su país y el mundo.