Inger Enkvist peina canas, pero esa es la menor indicación de su larga experiencia de educadora. Sus credenciales de catedrática en la Universidad de Lund, ensayista y asesora del Ministerio de Educación sueco también pasan a segundo plano cuando habla del tema o, mejor dicho, del problema. Entonces saltan a la vista los años de práctica, reflexión y estudio.
Su discurso es una ráfaga de afirmaciones construidas con impecable lógica (“quienes abogan por eliminar las pruebas de bachillerato creen estar al lado del estudiante, pero están al lado del estudiante que no quiere estudiar”) o de cuestionamientos al consenso imperante (“se ha hecho una caricatura de la memoria. ¿Por qué denigrar la memoria?”).
Reconoce, con cierto humor, su inclinación transgresora: “La palabra tradicional pone los pelos de punta a muchas personas. Estoy de acuerdo con la educación tradicional porque los jóvenes necesitan educación y conocimientos básicos”.
La educadora rechaza la permisividad y no teme evocar el viejo y desprestigiado concepto de la disciplina. Reconoce el valor de la tecnología, pero señala sus limitaciones en el proceso de aprendizaje. Sin comprensión de lectura, vocabulario y pensamiento lógico, la Internet es un simple medio de entretenimiento.
Mucho más importante es el maestro. No pesa tanto como los padres, pero “entre los factores que la sociedad puede controlar, el maestro es fundamental”. Por eso recomienda escogerlo con cuidado, elevar su preparación y defender su autoridad en el aula.
La tendencia a eliminar las tareas escolares es perjudicial para la educación, dice Enkvist, tanto como el populismo que sacrifica los intereses sociales, el dinero de los contribuyentes y a los jóvenes mismos para tratar de congraciarse con ellos.
La entrevista con la educadora, publicada el lunes, por La Nación, circuló extensamente en las redes informáticas. Sus consejos parecen un catálogo de críticas a las tendencias imperantes en la enseñanza costarricense.
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Al compartir la entrevista con otros lectores, admitimos, aunque sea tácitamente, las falencias del sistema. Expresamos, también, una sed de reforma pocas veces reconocida por las autoridades del sector.
La educadora sorprende, en especial por su destacado papel en Suecia, un país liberal y avanzado, siempre abierto a adoptar nuevas ideas. Quizá por eso esté, también, entre los primeros en revisarlas. Solo así se puede saber si el afán de modernidad arrolló importantes valores tradicionales, dignos de ser rescatados.
El autor es director de La Nación.