Si hay alguien a quien el presidente Luis Guillermo Solís no debería pedirle consejo sobre la crítica situación fiscal, es al principal responsable de esta. Por ello –y otros no menos importantes aspectos de forma– es que a muchos nos dejó perplejos la visita que hizo a Óscar Arias el jueves.
Empecemos por las formas. Sabemos que el presidente es consciente –y además disfruta– del aspecto simbólico de ser el jefe de Estado. Una manifestación patológica de esto es su afición a encaramarse trajes (bombero, guardaparque o boy scout ) cuando tiene la oportunidad. Por eso resulta incomprensible que, tan alerta del cargo que ostenta, en lugar de recibir a Arias en la Casa Presidencial, como es lo que corresponde, Solís más bien haya ido con sus ministros de la Presidencia y Hacienda a la casa del expresidente.
Como si fuera poco, concluida la cita, Arias le bajó el piso a Solís al decirle a la prensa que “le había llamado la atención” sobre un tema que, cabe destacar, no le atañe al presidente de la República, sino a la Junta Directiva del –en teoría– independiente Banco Central (como es la supuesta sobrevaloración del colón). Siguiendo con las formas, la reunión fue también inconveniente por el hecho de que Arias no descarta una nueva candidatura en el 2018. La imagen –reminiscente a la de Abel Pacheco en el 2004– es la de un presidente sin rumbo que corre a pedirle consejo al eventual “capitán del barco”. O al menos así lo han querido presentar no pocos liberacionistas.
Lo cual nos lleva al problema de fondo del encuentro: el susodicho capitán dejó atrás un barco agujereado que, desde entonces, hace aguas por todas partes. En el 2009, aprovechando la crisis económica mundial, Arias declaró a su administración “keynesianista” (sic) y prometió “gastar lo máximo posible” para contrarrestar los efectos de la recesión.
Se trató, de hecho, del gobierno más dispendioso de las últimas tres décadas, al convertir un superávit en el 2008 en el mayor déficit fiscal de América Latina dos años después.
Incluso Rodrigo Arias admite hoy que la vorágine de gasto de la segunda presidencia de su hermano degeneró en un “encadenamiento sin control” en materia de salarios y empleos públicos que nos tiene en este berenjenal.
Repasar ese desastroso episodio sería llover sobre mojado si no fuera porque el presidente Solís parece encontrar más valioso el consejo de Arias que el de los diputados que, un día sí y el otro también, le insisten en discutir propuestas concretas sobre cómo reparar el nefasto legado fiscal arista.
(*) Juan Carlos Hidalgo es analista sobre América Latina en el Cato Institute con sede en Washington. Cuenta con un BA en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y una maestría en Comercio y Política Pública Internacional del George Mason University.