El día en que Donald Trump anunció su candidatura para la nominación republicana, con un discurso bombástico en el que acusó a los inmigrantes mexicanos de ser violadores y traer drogas a EE. UU., pensé que lo mejor era no tomarlo en serio: con esa retórica no llegaría muy lejos. No fui el único. Mucha gente en Washington también creyó que se trataba de una efímera broma de mal gusto.
Mea culpa. A un mes de la primera primaria, y con Trump liderando las encuestas por más de 17 puntos, nadie se está riendo. Desde agosto el magnate de bienes raíces ha dominado la contienda republicana y la ventaja sobre sus rivales más bien se está ensanchando. No importa lo ofensivas que sean sus declaraciones contra mujeres, minorías y discapacitados, lo repugnantes que resulten algunas de sus propuestas o la ignorancia de la que hace gala sobre temas de política pública: todas las predicciones sobre su inminente colapso electoral han sido refutadas hasta ahora.
Pero el problema no es Trump, sino lo que refleja sobre la visión de un segmento nada despreciable del electorado: él simplemente habla por ellos. Como dijo alguien en las redes sociales, los líderes del Partido Republicano que reaccionan sobre Trump se asemejan al personaje principal de una película de terror cuando se da cuenta de que las llamadas provienen de dentro de la casa. Veamos una de sus propuestas más controversiales, la de prohibirles la entrada a EE. UU. a los musulmanes: un 65% de posibles votantes republicanos la apoya. ¿Cómo condenar a Trump sin alienar a quienes lo respaldan?
Los sondeos indican que los seguidores de Trump cuentan con poca educación formal, en su mayoría tienen más de 45 años y provienen principalmente de la clase media baja. Es un electorado con fecha de expiración: un estudio reciente del Nobel de Economía Angus Deaton indica que en los últimos 15 años, este grupo demográfico ha venido muriendo a tasas inusualmente altas. El liderazgo republicano sabe muy bien que la viabilidad de su partido depende de hacerse atractivo con los jóvenes y las minorías, especialmente los hispanos. Sin estos, es prácticamente imposible que puedan volver a ganar la Casa Blanca.
El daño probablemente ya está hecho. La candidatura de Trump ha arruinado irreparablemente la imagen del Partido Republicano de cara a la elección de noviembre, sin importar si termina siendo el nominado o no. Con Trump a la cabeza, nunca antes había sido tan apropiado el mote de Stupid Party .
Juan Carlos Hidalgo es analista sobre América Latina en el Cato Institute con sede en Washington. Cuenta con un BA en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y una maestría en Comercio y Política Pública Internacional del George Mason University.