Una madre jefa de hogar con tres niños y trabajadora para mantener a su familia en una fábrica, que se ve obligada a trasladarse en dos buses que le demandan, en el mejor de los casos 45 minutos, y tiene la suerte de vivir con su madre en Hatillo 8, gracias a los programas de vivienda, ejemplifica la circunstancia que para muchos sería la bendición de contar con casa propia y relativamente cerca de San José.
Pero a tales personas se les ha convertido en un verdadero martirio la escasez de agua que atenta, no solo contra su calidad de vida, sino también contra su salud y la de sus familias.
Según datos oficiales de Acueductos y Alcantarillados, del 2010, una sola persona requiere diariamente 180 litros de agua para el baño, lavatorio, inodoro, lavado de ropa y platos, entre otros. Esta demanda, en años más recientes, se ha logrado bajar gracias a utensilios de menor consumo; no obstante, queda la duda de si esas madres tienen la capacidad económica para realizar esas inversiones.
Si multiplicamos el número de miembros en una casa por el monto de litros diarios, le significaría un mínimo de 900 litros, que en Hatillo, con sus continuos racionamientos que duran varias horas e incluso días, con la única opción de esperar un camión cisterna que provee el líquido para las necesidades mínimas, debiendo además usar diversos recipientes para almacenarlo, la realidad es que no alcanza.
Y lo más terrible es que el problema no se ha resuelto en los últimos 15 años, al cual se agregan los recientes casos de contaminación (xileno e hidrocarburos en Tibás, Moravia, Goicochea y Turrialba, y racionamientos que, solo el pasado feriado, afectaron a 260.000 personas).
Según el último informe del Estado de la Nación, el 57 % del agua se pierde por fugas, pérdidas ocasionadas por el cambio climático, la falta de infraestructura hídrica, contaminación, crecimiento de la población y baja inversión en acueductos comunales, el eslabón más débil, entre otros, en los mecanismos de gestión y vigilancia. Esto es lamentable.
Como resultado de lo que ocurre, hay una alarmante reducción en la cobertura de agua potable de un 5,8 %, al pasar del 95,7 al 89,9 %. Una se pregunta en qué está el AyA, otrora joya nacional que nos hacía referente en el mundo.
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