Uno no lo creería por el tono de la campaña, pero estamos a las puertas de una fuerte crisis como no se ha visto desde los ochenta. La causa, claro está, es la insostenibilidad de las finanzas estatales. La interrogante es cómo se materializaría esta crisis. Hay tres posibilidades:
Insolvencia y “default”: El estrujamiento fiscal podría llegar a tal punto que el Gobierno no puede cumplir con todas sus obligaciones. Un tercio del presupuesto ya se va al servicio de la deuda. Conforme aumente esta proporción –y vemos que los intereses que paga el Gobierno van en aumento– Hacienda podría verse en la posición de escoger entre pagar salarios y pensiones o cumplirles a los acreedores. El atraso de un día en el pago del aguinaldo por falta de plata auguraría esta posibilidad.
Sin embargo, es poco factible que la crisis se manifieste de esta manera. El Estado siempre estará dispuesto a captar recursos, ya sean internos –una opción con cada vez menor capacidad– o externos. Eso sí, tendrá que pagar mayores tasas de interés.
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Alta inflación: También está la posibilidad de que el Banco Central entre a financiar directamente al Gobierno mediante emisión monetaria –imprimiendo billetes–. Eso fue lo que hizo Carazo, con las consecuencias ya conocidas: en 1982 la inflación llegó a un 90,1 % y la pobreza se disparó en más de 20 puntos porcentuales. ¿Podría volver a suceder? En una conferencia de prensa en agosto, Róger Madrigal, director de Estudios Económicos del BCCR, advirtió que “en el momento no vemos ese peligro, pero a futuro uno no sabe (…) en este momento no hay ninguna voluntad para utilizar al Banco Central para financiar al Gobierno, pero la gente cambia”.
Asfixia económica: Esto es lo que probablemente ocurra. Conforme el Estado chupe más recursos vía endeudamiento, quedará menos plata disponible localmente para el sector privado –y el financiamiento externo también le saldrá más caro por aumento del riesgo del país–. Los consumidores y los empresarios tendrán que enfrentar tasas de interés cada vez mayores, lo cual afectará el consumo y la inversión. La producción caerá y el ya de por sí alto desempleo subirá. El Estado, cual matapalo, estrangulará a la economía.
A estos escenarios, o a una combinación de los tres, es a los que nos enfrentamos si no controlamos para ayer el gasto público. Ojalá lo tengamos claro de cara a febrero.
jhidalgo@cato.org
El autor es analista de políticas públicas.