La reforma tributaria que está por aprobarse en EE. UU. ha reavivado el debate sobre cuál debería ser el énfasis de una reestructuración impositiva. ¿Generarle más recursos al Estado? ¿Mejorar la distribución del ingreso? ¿O potenciar el crecimiento económico?
Estos objetivos no necesariamente entran en conflicto, pero el énfasis que se le da a uno puede terminar minando los otros. Una reforma cuya finalidad es la redistribución no solo les aumenta los impuestos a los actores de más ingresos, sino que introduce todo tipo de tasas diferenciadas y exenciones que enmarañan el sistema tributario e incentivan la elusión y la evasión. Una reforma cuyo norte es llevarle más plata al fisco posiblemente golpee la inversión y el consumo, en detrimento del crecimiento.
En Chile, la reforma de Bachelet pretendía aumentar la carga tributaria en 3 puntos porcentuales del PIB. Su principal pilar fue el incremento gradual del impuesto de renta corporativo del 20 % al 27 %. ¿Resultado? La inversión se secó y el crecimiento se vino abajo. No solo las expectativas de recaudación se quedaron cortas, sino que los ingresos por concepto de ese impuesto cayeron en el 2016, a pesar de que la tasa subió 1,5 puntos ese año.
En nuestro país, el período cuando más aumentó la carga tributaria –2,3 puntos porcentuales del PIB– fue entre el 2004 y 2008. Curiosamente no se aprobó ningún paquete de impuestos en esos años, pero sí hubo un alto crecimiento económico –5,6% anual en promedio– que se tradujo en mayor recaudación.
Así que una reforma impositiva cuya finalidad sea estimular la economía también tendría efectos positivos sobre las finanzas estatales. En Costa Rica, una legislación de este tipo debería incluir, inter alia, un recorte en la tasa del impuesto corporativo, que está en un 30 % –el promedio de la OCDE es 24 % y EE. UU. la va a bajar al 21 %–. El país debería aspirar a tener una tasa competitiva (¿15 %?) que la paguen todos, incluyendo los sectores que ahora están exentos.
¿Qué pasaría con la redistribución? Para quienes lo ven como un objetivo prioritario, resulta más eficiente si se persigue a través del gasto público.
Sin duda una reforma fiscal debe empezar por poner orden en el gasto. Pero simplificar el sistema tributario y reducir las tasas pueden hacer mucho por generar crecimiento e incrementar la recaudación, beneficiando también a los que menos tienen.
Juan Carlos Hidalgo es analista de políticas públicas.