Si por la víspera se saca el día, el brexit no pinta bien para los británicos. Esa es la impresión que me llevé tras estar en Londres pocos días después de que la primera ministra, Theresa May, invocara el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que oficialmente detonó el proceso de salida del Reino Unido de la UE.
Me bastó con ver las portadas de los tabloides londinenses para comprender el nivel de la tragicomedia: “Nuestra roca no se toca”, tituló en español The Sun, luego de que trascendiera que la UE le otorgó a España un veto sobre cualquier negociación que tenga que ver con Gibraltar. Un exlíder del Partido Conservador incluso insinuó la posibilidad de una guerra con Madrid para defender el peñón. Esta no es la manera como Londres esperaba arrancar la compleja negociación para desligar su unión de más de 40 años con la UE.
“Esta es la semana en que la fantasía del brexit se topó con la realidad”, me dijo Tom Wainwright, editor de la sección de Gran Bretaña de The Economist. La idea de que el Reino Unido se convertiría en un Singapur en esteroides –una economía de bajos impuestos y libre de las regulaciones de la UE– resultó ser un sueño de opio: para seguir exportando sin mayores trabas al Mercado Común Europeo, los británicos deberán cumplir las reglas del bloque, aun cuando no formen parte de este. Y no olvidemos que el 44% de las ventas externas de la isla van a la UE.
Prueba del espejismo del brexit es la mal llamada “Gran Ley Revocatoria”, que se supone iba a eliminar miles de regulaciones europeas. El borrador del proyecto de ley, presentado la semana pasada, simplemente transfiere todas estas normas de Bruselas a la legislación doméstica. Es más, la Confederación de Industrias Británica estima que el Reino Unido tendrá que crear 34 agencias regulatorias para sustituir a sus equivalentes europeos.
La ilusión de quienes apoyan el brexit es que el Reino Unido cambiará a la UE por el resto del mundo, pero los modelos espaciales muestran –vaya sorpresa– que un país está destinado a comerciar más con sus vecinos más cercanos. Resulta absurdo sacrificar una relación de libre comercio con una nación a 900 kilómetros de distancia en aras de otra que queda a 9.000 kilómetros.
Difícilmente el Reino Unido salga mejor parado de todo esto. El brexit es una solución en busca de un problema. Se trata de un legítimo disparate nacionalista.