Escuchar“Cercado me veo ahora de incertidumbres”, ponía este escritor en boca de uno de los míticos personajes de su historia hace más de trescientos años.
Expulsados, el personaje y su compañera, cuenta el autor, se disponían a abandonar lo que nadie sabe por cuánto tiempo había sido su venturosa morada.
En realidad, hasta entonces, el tiempo no tenía significado para ellos, porque en las circunstancias en que habían vivido, la muerte, que es la causa del tiempo, no existía. En adelante, la pareja, que recién había descubierto sin saberlo su condición humana, tenía todo un mundo donde podía elegir el lugar que más le conviniera para su reposo.
Así, termina la narración, aquellos dos desterrados, tomados de la mano, prosiguieron por en medio del Edén, con lentos e inciertos pasos, su solitario camino.
Desde que la leí, siendo apenas un joven liceísta, la historia me ha maravillado. Interpreté que se trataba de una parábola estremecedora que me hablaba a la vez, en una secuencia racional, del origen del tiempo y de la muerte, de la fuente del conocimiento y de lo humano, de la generosidad y la solidaridad, y, finalmente, del libre albedrío.
Después de darle muchas vueltas, acabé por pensar que en cierto modo el principio de toda la experiencia humana se reconduce a la infracción de lo prohibido, a la incierta cualidad de decidir, de renunciar a la subordinación y al riesgo de apostar por la libertad.
Cómo llegó a mis manos El paraíso perdido, la obra de John Milton, es cosa que no recuerdo. Sería por accidente, porque yo era por esa época un lector inexperto y azaroso, que a la hora de escoger qué leer tenía escaso margen de maniobra, y sin ninguna guía, pero a la vez sin ninguna traba, procedía más o menos por tanteo y error. El ejemplar que todavía conservo es evidentemente el primero que tuve a la vista, una edición vieja y manoseada.
El caso es que en estos días de finales y principios de año lo he rescatado, confundido por la noticia de que la lectura del poema de Milton ha sido prohibida a los alumnos de muchos centros escolares en los Estados Unidos. No es el único libro prohibido: por lo pronto, hay más de seiscientos, entre los que se cuentan decenas de obras ilustres.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.
