La elección presidencial y legislativa chilena de este domingo constituye el punto de partida de una de las maratones electorales más importantes de la región de las últimas décadas. Entre noviembre del 2017 y diciembre del 2018, América Latina celebrará ocho elecciones presidenciales: Chile, Honduras, Costa Rica, Paraguay, Colombia, México, Brasil y, eventualmente, Venezuela.
Si a estos procesos les sumamos los seis que se desarrollarán en el 2019 (Bolivia, Argentina, Uruguay, El Salvador, Panamá y Guatemala), serán 14 los países latinoamericanos que en un plazo de tan solo 26 meses tendrán comicios presidenciales.
Estas elecciones tendrán lugar en un contexto económico de bajo crecimiento, según estimaciones del FMI: un 1,7 % para el 2017 y un 1,9 % para el 2018. Proyecciones que presentan una doble lectura.
La buena noticia es que todo pareciera indicar que la región dejará atrás dos años seguidos de crecimiento negativo (y seis de desaceleración continua).
La mala noticia es que estas bajas tasas de crecimiento ponen en riesgo las importantes conquistas sociales logradas durante la pasada década en materia de empleo, disminución de los niveles de desigualdad y reducción de la pobreza.
Este superciclo electoral ocurre, además, en un momento en que, según encuestas regionales recientes (Lapop y Latinobarómetro), cae el apoyo a la democracia y aumenta la insatisfacción con ella, todo combinado con un bajo nivel de confianza en las elecciones, las autoridades electorales, los partidos políticos y los Congresos.
Tendencias. Desde una perspectiva regional comparada, los ocho procesos electorales que se desarrollarán durante los próximos 14 meses presentan, entre otras, las siguientes tendencias principales:
1. Buena parte de estas elecciones se caracterizan por un alto grado de incertidumbre.
2. Debido al bajo nivel de popularidad de muchos de los actuales gobernantes, es probable una tendencia más proclive a la alternancia, salvo quizás en Honduras, Paraguay y en algún otro país.
3. La reelección inmediata pareciera tener posibilidades solo en el caso de Honduras y, tal vez, en Venezuela (si Maduro decidiera buscar un nuevo período). Sí veremos casos de exmandatarios, como Sebastián Piñera en Chile y Lula da Silva en Brasil (sujeto a lo que determine la justicia), que buscarán volver por la vía de la reelección alterna. Las caras conocidas se combinarán con figuras nuevas, en algunos casos bajo la modalidad de candidaturas independientes, sobre todo en Brasil, Colombia y México.
4. Si bien parecen imponerse en las preferencias los candidatos promercado, hay un gran signo de interrogación acerca de qué sucederá en Brasil y México.
5. Chile, Costa Rica, Colombia y Brasil tienen regulada la segunda vuelta. Es probable que en la mayoría de estos países sea necesario recurrir a un balotaje para definir al presidente, con la posibilidad de una reversión del resultado en la segunda vuelta.
6. La alta fragmentación de los partidos políticos y la irrupción de un mayor número de candidaturas independientes (fenómeno que viene cobrando gran fuerza en varios países) incrementan las posibilidades de que los presidentes que resulten elegidos no cuenten con mayoría propia en el Congreso, lo que anticipa una gobernabilidad compleja.
7. Los graves escándalos de corrupción, potenciados a escala regional por Lava Jato y Odebrecht, y vinculados con la cuestión del financiamiento político ilegal, junto con la inseguridad ciudadana, serán temas muy presentes en la mayoría de las campañas.
8. Existe preocupación por el bajo nivel de participación electoral en varios países, sobre todo en Chile y Colombia.
9. Como efecto del final abrupto de la presidencia de Dilma Rousseff (2016) y de la conclusión del período de gobierno de Michelle Bachelet en Chile (marzo del 2018), existe la posibilidad de que, por primera vez en muchos años, no haya ninguna mandataria mujer en América Latina a partir de abril del 2018.
En resumen. El resultado de esta maratón electoral será determinante para definir las características del cambio político que vivirá la región en los próximos años. Asimismo, este conjunto de elecciones será clave para evaluar la calidad de la democracia y la integridad de estos procesos en América Latina.
Este superciclo electoral cobra aún mayor relevancia dado que coincidirá con las legislativas de medio período de los Estados Unidos y con el anunciado relevo de Raúl Castro de la presidencia del Consejo de Estado en Cuba.
No está claro aún la fuerza que el populismo tendrá en estas elecciones latinoamericanas. Lo que si parece estar claro es que las clases medias jugarán un papel clave.
La tensión entre la nueva agenda de esta clase media (cargada de ilusiones, demandas y expectativas) y el sentimiento de frustración y temor a perder lo alcanzado o a no poder seguir consumiendo y progresando al mismo ritmo de los últimos años, aunado a la insatisfacción por la baja calidad de los servicios públicos, la inseguridad ciudadana y los graves escándalos de corrupción, están produciendo un estado de malestar generalizado y una falta de confianza hacia las élites (políticas, empresariales y sindicales) que sin dudas tendrán un fuerte impacto en los resultados de estas elecciones.
Como escribe Moisés Naím acerca de la clase media (a la que califica como el “huracán político” que está cambiando el mundo), si bien las consecuencias políticas de su comportamiento electoral son imprevisibles, lo que sí está claro es que el rechazo al “más de lo mismo” hace inevitable la irrupción de procesos de reacomodamiento políticos hasta hace poco inimaginables.
Brexit, Trump y Macron son tres ejemplos de este fenómeno a escala global. Todo pareciera indicar que la maratón electoral que vivirá la región en los próximos dos años podría llegar a producir reacomodamientos políticos de similar intensidad en varios países de la región.
El autor es director regional de IDEA Internacional para América Latina y el Caribe.