Sin embargo, la naturaleza laboral de ambos grupos, sus vínculos –o falta de ellos– con la seguridad social, su limbo regulatorio y su desconexión del sistema tributario los hacen similares. Están ligados por la informalidad. Lo mismo ocurre con quienes asesoran sin facturas o crean productos digitales desde oficinas de paso.
Todos esos casos reflejan una realidad cuantificada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos: la informalidad y el trabajo por cuenta propia están creciendo. Según su más reciente encuesta, el porcentaje de trabajadores informales pasó de 42 en el segundo trimestre del pasado año, a 44 en el actual; los que trabajan por cuenta propia crecieron un 9,5%.
El mayor impulso de estos cambios proviene de una mezcla de burocratismo, desaceleración y pauperización económica, que debemos revertir. Pero también surgen de transformaciones en las estructuras y dinámicas productivas, que no podemos –ni debemos– frenar. La individualidad e informalidad productivas tienen hoy esteroides tecnológicos. Están para quedarse.
El abordaje del fenómeno no pasa por ahogar a los emprendedores o “pulseadores”; tampoco, por dejarlos a la libre. Mejor formalizarlos con buenas estrategias.
Dos saltan a la vista: por un lado, encauzar sus actividades mediante la facilitación de trámites, regulaciones ágiles, clarificación de sus condiciones laborales o contractuales, fórmulas prácticas para que coticen a la Caja y a Hacienda, y normas para proteger a los usuarios. Por otro, acelerar la transición de la informalidad menos productiva (vender tiliches) a la que genera mayor valor (aplicar conocimientos).
Se trata, en síntesis, de entender la realidad, moldearla con inteligencia y abrir caminos para que la autonomía laboral deje de ser un problema y se convierta en fuente de progreso individual y social.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).