En algún momento durante la pasada legislación (2014-2018) renuncié al grupo de amistad de las asambleas de Nicaragua y Costa Rica, creado para favorecer las buenas relaciones interparlamentarias. Grupos similares los había con diversos países.
Según mi conocimiento, al tiempo de mi renuncia el grupo no había desplegado ninguna actividad, y un acercamiento que se había proyectado con miembros de la Asamblea Nacional nicaragüense fue desalentado por nuestra Cancillería, habida cuenta de que por entonces se esperaba una resolución internacional acerca del conflicto fronterizo entre los dos países.
Argumentos. Los motivos para separarme del grupo los manifesté expresamente en el plenario legislativo. Francamente, tenía la esperanza de que esa exposición diera lugar a un debate acerca de la evidente deriva de Ortega y compañía hacia un régimen autocrático, debate que a la larga fijara posiciones entre quienes condenábamos la marcha del proceso y quienes se abstenían de hacerlo para seguir acuerpando, por razones inexplicables, pero no insospechables, un fallido e inexistente proyecto revolucionario que, como dije, citando a Sergio Ramírez y a Carlos Martínez Rivas, hacía rato se había convertido en humo, en nada más que anécdota.
Mi renuncia y mis motivos recibieron la callada por respuesta, valga decir, no tuvieron ni riposta ni eco.
Describí, de un lado, el modo como el régimen de Ortega y su pareja había instrumentalizado la Constitución para fundar una legalidad a su medida, crear una forzada legitimidad, someter y controlar el aparato estatal, corromper y dominar los poderes coercitivos de toda clase, incluso el orden militar, y segar las manifestaciones y los vestigios característicos de un Estado de derecho y de una convivencia democrática.
En este mismo sentido, argüí que carecía de sentido la existencia y la pertenencia a un grupo de amistad con una Asamblea Nacional que como resultado de las argucias del régimen de Managua no era verdaderamente representativa.
De otro lado, me pregunté qué nos iba en todo ese perverso proceso. Lo que nos va, auguré, es al menos que quienes se apropiaron de Nicaragua están recreando las condiciones para la eclosión irremediable de un conflicto interno como el que finalmente condujo en sus días al colapso del régimen somocista; conflicto que, inevitablemente, pasado algún tiempo, tendría complejas y riesgosas repercusiones para Costa Rica.
Tal parece que el tiempo para que ese augurio se cumpla está cercano. Las confrontaciones que en estos días se han producido en la frontera norte y de las que da cuenta este periódico en su edición del 19 de enero, solo son el indicio de un comienzo.