Lo que dijo Ottón Solís en su entrevista de ayer con La Nación es, en esencia, cierto; también, lúcido y realista. Sin embargo, olvidó un elemento clave para entender las tribulaciones del Partido Acción Ciudadana (PAC). Me refiero a sus responsabilidades como fundador y principal líder de la agrupación.
Reconocer que sus acciones y omisiones en los años definitorios del PAC abonaron al tipo de crisis que hoy enfrenta es un paso indispensable para reencauzarlo hacia lo que siempre ha debido –mas no podido o querido– ser: un partido anclado en el centro político, pero con agilidad ideológica; abierto al país y al mundo, con cuadros competentes, organización sólida, militantes numerosos, capacidad de interlocución y estructuras capaces de trascender a sus dirigentes.
Es cierto, tal como afirma en la entrevista, que el PAC nunca ha propuesto cambiar el sistema político y económico, sino mejorarlo, alrededor de tres claves: ética, responsabilidad y eficiencia. Según su discurso, había que escoger a los mejores, al margen de ideologías, siempre que contaran con esas cualidades.
Como intención y acto de fe, eran bases firmes para articular un movimiento: lo que fue el PAC al surgir, con notable éxito. En las elecciones del 2002, el candidato Solís forzó una segunda vuelta y quebró el bipartidismo.
Era el momento de convertirse en un partido moderno, con maquinaria, lineamientos políticos, bases programáticas, dirigencia estable, carrera interna y disciplina. A la vez, necesitaba desarrollar su vocación para negociar y gobernar.
Nada de lo anterior ocurrió, en gran medida porque Solís presumió que podría contradecir la pureza ética a la que se amarró con obsesión.
El resultado fue que Acción Ciudadana, como partido, nunca salió del clóset. Su debilidad interna pasó la gran factura cuando Solís se ausentó por diez meses, entre el 2010 y el 2011, y creó un vacío propicio para que fuera virtualmente tomado por una facción. Lo demás es historia inmediata.
La reconstrucción del PAC solo podrá darse y arraigarse si Solís pasa de las declaraciones a las iniciativas; de estas a la organización, y de aquí a crear un partido que no tema decir su nombre y pueda, eventualmente, gobernar con los suyos. Nuestra democracia lo necesita. Es hora de impulsarlo.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).